Todo lo superfluo
se convierte en un colegio de intelectuales.
Entre los escombros yacen las ideas
que pudieron haber sido.
Las sombras cantan canciones inmaduras,
muerte sin vida anterior.
La rebeldía de los seres mecanizados
es combatida por su propia naturaleza.
Las obras de la historia se desmoronan
sobre los ojos nuevos de los niños.
Algo negro se derrite en nuestro rostro
y nos destiñe la piel.
Nadie es independiente
de su libertad prisionera.
Las pantallas brillantes de lo irreal
pasan los días encendidas
mientras un público numeroso las escruta
hasta perder sentido,
más bien adquirir un sentido televisivo.
Yo intento huir
y esconderme
con mis armas inofensivas de joven sonrisa
que finge ser gentíl.
Me cubro la cara cobardemente
con pañuelos rotos,
recorro el tiempo trantando de evadir el espacio,
negando a la nada que me espera.
Esquina de flores y balcones que prometen vida
afuera de este mundo destructivo y afectivo.
Atravieso la distancia que existe entre el aquí
y lo inmaterial.
Me abrazo a las fotografías que las naves
que se van al firmamento
y no vuelven.
Sé mas de lo que desearía saber
y sé también que casi nadie lo sabe.
Mi poesía se está consumiendo,
soñó luchar con sus palabras
hasta el final.
Quisiera volar sobre las letras de lo que aún no ha sido escrito,
detenerme en el viento,
caer en gotas,
asumir el papel de la lluvia,
caer sobre tu rostro invisible.
Que me absorba la tierra,
que me traguen las planas.
Seré río y destilaré de los tejados.
Y cuando, como ave subterránea me oculte debajo del suelo,
volveré,
dejaré atrás esta soledad
sin ausencias.
1999
Imagen: Andreas Gursky