«Los muertos no ranchan donde los vivos» le dice un personaje a la protagonista de Cometierra (Sigilo, 2019) de Dolores Reyes, quien participó en Centroamérica Cuenta, el festival anual de escritores recién celebrado en Guatemala. La narradora sabe, desde el principio, que no es cierto, que en el fondo no existe una distinción entre la vida y la muerte, al menos no como solemos pensarla, en dimensiones separadas que no se relacionan entre sí, divididas por fronteras claras. «Comencé a tragar tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron», continúa la chica que desde pequeña descubre que cuando introduce en su boca un poco de la tierra del lugar donde ha sucedido alguna tragedia puede ponerse en contacto con sus víctimas. La tierra se convierte así en un canal de mensajería instantánea con los moribundos y los muertos. A partir de ello, y a través de la relación entre esta médium y los minerales del suelo, se conforma un sistema eficaz de telecomunicación subterránea, primordialmente femenina; una comunidad.
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