Existe un pik’bil capaz de transportarme a un lugar desconocido
como si lo conociera.
Entrar en un espacio sagrado,
en una conversación reservada para mí en un lugar inexistente,
un lugar donde se vuelve a unir un lazo que la negación de la tradición,
en este caso, había roto.
Me coloqué en esa grieta
–con el pik’bil rasgado del frente–,
en la transparencia de su gasa,
y pensé en mi bisabuela y en mi abuela materna
y en sus historias, sus dolores, sus resistencias, sus muertes
y pensé en mi dolor, mi resistencia, mi muerte
–por ratos de ellas, de cada una, por ratos nuestros–.
Tejidos y bordados heredados,
un tanto en la sangre, otro tanto en la materialidad
del vestuario.
Miles de hilos intrincados, cargados de memorias
re-visitas que se actualizan
como pájaros o como flores
–incluidas las que nos llegan en código genético–
Desde la experiencia y el sentir, se piensa.
Corporeizar y encarnar la tradición
de modo que se vuelva ancla y catapulta.