Cuando se habla de los aportes intelectuales de la mujer (así, en singular), se busca resaltar logros o se quiere abogar por la igualdad en el campo profesional, puede caerse fácilmente en la elaboración de descriptores que, con el propósito de exaltar a las mujeres, sólo consiguen disminuirlas. Ideas comunes acerca de las diferencias cognitivas entre la mujer y el hombre, sean negativas o positivas, tienen implicaciones que vale la pena considerar, adoptando en cambio, una visión más realista, más amplia y más cercana a la cultura.
EL CEREBRO “FEMENINO”
A pesar de la gran cantidad de investigaciones científicas y la información disponible hoy, siguen existiendo formas de pensar erróneas acerca de nuestras emociones, de nuestro comportamiento e incluso de nuestra biología. Así, en innumerables publicaciones no científicas y poco serias, es fácil encontrar afirmaciones que buscan determinar de una manera puntual la manera como está configurado nuestro cerebro. Basta hacer una búsqueda en internet para encontrar una gran cantidad de artículos con frases como: “Las mujeres definen todos sus actos en emociones y relaciones. Si algo combina ambas cosas les encanta” o “ellas procesan de forma automática e inconsciente las ideas y emiten decisiones más intuitivas basadas en sensaciones y emociones” o “el cerebro de la mujer es superior en empatía y en inteligencia emocional”, entre muchos otros.
Para empezar es importante tener presente la diferencia entre sexo y género. El sexo se refiere a la biología, es lo que está inscrito en nuestro ADN. El género, por otro lado, es producto de las expectativas sociales, muchas veces impuestas, sobre el sexo. Como señalan los científicos, las diferencias entre el cerebro masculino y femenino existen, pero pueden verse desde diversas perspectivas: la genética, la anatómica y la conductual. Cada una de estas representa toda una especialización en la que un experto puede invertir toda su vida. Y para alguien que busca un buen titular de revista, los resultados hasta ahora obtenidos pueden ser decepcionantes.
DIFERENCIAS
La diferencia más básica entre el hombre y la mujer radica en los cromosomas. Es lo que nos hace mujeres (XX) u hombres (XY) para empezar y variaciones que determinan otras posibilidades. Sabemos que existen diferencias anatómicas entre el cerebro de un hombre y el cerebro de una mujer (algunas partes son más amplias o algunos neurotransmisores son producidos en mayor cantidad) pero aún no se sabe con exactitud de qué manera esas cualidades anatómicas se relacionan con el comportamiento de un hombre o una mujer. De ese modo, hablar de diferencias biológicas entre el comportamiento de los hombres y las mujeres, es realmente difícil, además de problemático por las implicaciones que puede tener y el riesgo de caer en la catalogación, algo que lamentablemente se ha hecho por siglos. Esa “batalla de los sexos” ha dado lugar a metáforas como las de Venus y Marte, a concepciones erróneas como la del “sexto sentido” en la mujer y otra gran cantidad de mitos que intentan explicar o justificar ciertos comportamientos atribuidos –y por ende impuestos– a cada sexo. Lo único que podemos hacer es estudiar el comportamiento de poblaciones o culturas e identificar, como producto de la influencia social, algunas diferencias.
La ciencia ha identificado una diferencia en la tendencia a ciertos desórdenes mentales entre hombres y mujeres, por ejemplo, que los hombres son más propensos a padecer de esquizofrenia y que las mujeres a padecer de depresión y que existe una diferencia entre la manera en que respondemos al estrés debido a la dirección que dicha señal toma en nuestro cerebro. Pero, claro está, dicha información no significa que unos sean “mejores” que otros ni que podamos sacar conclusiones concretas aplicables a individuos.
Así, hablar de “cómo piensan las mujeres”, “el poder de la mente femenina”, “los dones de nuestra mente” o reproducir afirmaciones como “los niños compiten, las niñas cooperan” no sólo es una empresa inútil, también es peligrosa. Las aparentes diferencias entre la manera como un niño y una niña aprenden no necesariamente son producto de un aspecto biológico. Pueden ser producto del contexto cultural en que se encuentran. De hecho, uno de los mayores retos que los psicólogos y neurocientíficos encuentran es el de separar la naturaleza de la educación (nature vs. nurture).
Deshacernos de la noción de que existen diferencias significativas entre las habilidades y el comportamiento entre los sexos podría, de hecho, ser más beneficioso en campos profesionales. Pequeñas diferencias pueden considerarse como aspectos necesarios en el proceso de cualquier trabajo y cualquier lente disciplinar. Equipos de trabajo donde haya hombres y mujeres, gracias a las diferencias producto de aspectos socio-culturales, por otro lado, siempre serán mejores. Pero es necesario reconocer que las diferencias que sí existen no implican ventajas o desventajas en ningún sentido y que las mujeres somos tan capaces de desarrollarnos en cualquier área, tanto a nivel físico como intelectual, como la mayoría de los hombres.
DE LA CULTURA A LA TRASFORMACIÓN
Desde un punto de vista cultural, podemos identificar papeles atribuidos a la mujer que han dado lugar a posibilidades o aportes valiosos. Tal es, por ejemplo, el hecho de que la transmisión de los conocimientos, las tradiciones y la cultura misma ha estado a cargo, a lo largo de la historia y en diferentes culturas, de la mujer. Esas mujeres que, en la mayoría de casos, desde muy temprano se quedaban a cuidar a los niños, aprendieron de otras mujeres acerca de la crianza, de la alimentación y de los saberes ancestrales de su pueblo. Ese aprendizaje, transmitido de generación en generación por mujeres, por comunidades de mujeres, han servido también como aglutinante social.
Voltear a ver de nuevo esas tradiciones y esa herencia cultural es hoy más relevante que nunca pues nos encontramos en un momento de la historia que llama al cambio. Es la mujer la que muchas veces no sólo ha mantenido la tradición sino que también ha sabido actualizarla. La afirmación de las tradiciones originales de nuestros contextos y de otros, rescatándolas de su negación y anulación, puede brindarnos la posibilidad de encontrar nuevas rutas: nuevas alternativas. En ese sentido, podemos pensar en las mujeres como motores y como una fuerza central para la colectividad y la autonomía. El conocimiento necesita comprensión, la comprensión es necesaria para la empatía. El conocimiento y la ética están entonces ligados de manera intrínseca. Abrirnos a esa sabiduría “femenina” significa reflexionar desde la memoria, desde todos los lentes posibles, desde todas las culturas y universos, algo contrario a caer en afirmaciones gratuitas y siempre reductoras de la experiencia humana en general.
Publicado en Revista «Look», julio, 2018