AGOSTO

Conocí la casa de tus padres por tus descripciones. Tanto así que puedo recordarla como si tus recuerdos me hubieran sido transmitidos en la sangre. Puedo ver los muebles hechos por tu padre en los corredores, escuchar a los pericos, ver el trinchante del comedor con la cristalería amarillenta. En el patio hay un árbol de durazno, del que una vez te caíste, y una pila con agua helada.

Anoche te vi en un sueño y parecía que estabas aquí. Eras niña y eras anciana a la vez, tu risa era inocente y sabia, como en realidad fue. El tiempo se empecina en difuminar con sus garras la última vez que nos vimos: las tardes de lluvia mientras te peinaba y te ponía crema en las manos –tus manos pintadas por el sol– se mezclan y de pronto no parecen diferenciarse entre sí. Aparecen nuevas equivalencias. Los recuerdos se convierten en metáforas. Hay detalles que se escapan, hay palabras que se pierden o se transforman.

No me atreví a registrarte en mis papeles entonces. Temía que afirmar tu partida la haría más real de lo que ya era. Esperaba al tiempo, pero el tiempo no resuelve, sólo lo revuelve todo. El pecho se comprime hoy igual que hace un año cuando te pienso y el hecho de que en estas palabras reafirmo tu ausencia no hace sino nublarme los ojos. Pero no han dejado de estar nublados, como nublado está tu recuerdo, mi infancia, tus cuidados. Las imágenes se convierten en metonimias. La mente arma y desarma a su gusto la memoria en un juego de combinación. Guarda o inventa, de manera arbitraria, lo que se le viene en gana, y no queda más que aferrarse; verse a una misma reflejada allí, definir una historia, una identidad, una guía, en ese mapa confuso, en esos patrones cambiantes.

Camino por los corredores de tu casa de infancia. Se me ocurre que tienen el piso a cuadros, con tonos amarillos y corintos. Las vigas de madera del techo crujen y el chiflón que recorre los pasillos columpia las macetas colgantes con colas de quetzal. No estás. Recién te has ido en la bicicleta. Vas pedaleando con fuerza. Querés llegar cuanto antes a la colonia Bran y darte un chapuzón en la piscina (si está fría, mejor). Cuando volvás te estaré esperando. Tengo la sangre llena de vos y el corazón rebalsado por tu ternura. Voy a sujetar tus manos con fuerza, otra vez, mientras tus ojos se cierran, mientras tu sonrisa se va, poco a poco, congelando.


Imagen: Sophie Calle – The Wedding Dress

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