Con la llegada del nuevo siglo, y el gobierno de Manuel Estrada Cabrera, la política liberal prometía quedarse intacta. Sin embargo desde temprano se evidenciaron rasgos de una visión menos liberal y más de tendencia conservadora, sobre todo en relación al tema religioso. Si bien se mantuvieron las leyes religiosas liberales, la actitud del Presidente con respecto a la Iglesia era más bien la de un aliado.
Es probable que ésta haya sido una de las estrategias del futuro dictador para hacerse querer por la sociedad, en un 90% católica. Tras haber enterrado con los más grandes honores al Arzobispo Casanova (que había sido expulsado por Barillas en 1887), Estrada Cabrera le sugirió directamente a la Santa Sede tres candidatos para el puesto, haciendo énfasis en su especial preferencia por el dominico Fray Julián Raimundo Rivero, quien, de hecho, fue nombrado y consagrado en mayo de 1914. Estrada Cabrera no sólo no peleó en contra de las procesiones públicas como los liberales anteriores sino estableció que éstas pasaran frente a su casa volteando las imágenes hacia su balcón, donde él estaría, en muestra de deferencia. Bastaba, sin embargo, con que algún miembro de la Iglesia hiciera alguna crítica en contra del Presidente para que las tensiones características de la época liberal volvieran por momentos –y volverían con la caída del dictador y la llegada de José María Orellana. Sin embargo, de manera generalizada hubo una gran apertura a la Iglesia, evidenciada en la posterior creación de la Diócesis de Quetzaltenango. Hubo quienes llamaban al Presidente el “jefe de la iglesia” y quienes veían anunciarse el “renacimiento católico”[1].
Esto también significó el regreso de la Iglesia a la esfera educativa, si bien no oficialmente, como encargada de la formación moral de la sociedad. La doctrina educativa liberal y el sistema escolar se mantuvieron hasta 1944 en papel, pero no en la práctica. Desde el inicio de su gobierno, Estrada Cabrera buscó anunciar un florecimiento educativo y gracias a que Reyna Barrios había cerrado las escuelas durante seis meses para lidiar con la crisis económica en la que había sumido al país. El nuevo Presidente mandó abrir las escuelas por Decreto Gubernativo en febrero de 1898, nombrando encargados, con lo que se ganó el título de “Benemérito de la Patria y Protector de la Educación Nacional y de la Juventud”, título al que trató de hacerle justicia durante toda su gestión por medio de eventos públicos y campañas que no siempre eran consecuentes con la realidad de las escuelas.
En 1898 se puso en vigencia la Ley Orgánica de Instrucción Pública, la cual dividía la primaria en educación Elemental (hasta tercero primaria) y Complementaria (hasta sexto grado), siendo sólo la Elemental obligatoria, asignándosele el carácter de “Práctica, Objetiva, Oral y Racional” y proponiéndose proscribir el “exagerado uso del libro de texto”, instando a los maestros a que usaran sus propia didáctica. Se formaron las primeras escuelas de párvulos y en 1906 inauguró la primera Escuela Práctica de Señoritas. Para mantener el control de los centros educativos, Estrada Cabrera creó la policía escolar, que funcionaba en la capital. Esta tenía la responsabilidad de supervisar la calidad de los maestros y el nivel de los alumnos, así como su higiene y disciplina. Si bien se crearon más escuelas, las estadísticas de la época muestran que de casi cincuenta mil alumnos inscritos en 1902, sólo veintiséis mil completaron el año escolar[2], mientras que los salarios de los maestros seguían siendo deficientes, aún con iniciativas como las de que las municipalidades contribuyeran en el tema. Cardoza y Aragón recordaba en los años cincuenta: “La miseria y el analfabetismo aumentaron abultadamente. Un cuarto de siglo perdido. Este extraño escurridizo bicho notarial (…) aun muerto escapa y prepondera su pesadilla por encima de la literatura, porque es mucho más, pero mucho más importante e imaginativo lo histórico que lo novelesco: es un fantasma que perturba la conciencia guatemalteca”[3].
Otro de los aportes a la educación en esta época fueron las Escuelas Prácticas, especializadas en la formación de artesanos y la enseñanza de oficios, herederas de las escuelas de artes y oficios creadas en la época de la Reforma Liberal. Estas escuelas transmitían a los varones, por un lado, conocimientos prácticos para la industria creciente y la agricultura y a las mujeres conocimientos domésticos y labores como corte, confección, cocina y repostería, así como elaboración de manualidades, formando, primordialmente amas de casa eficientes.
Una del las iniciativas más recordadas tiempo después de la caída del dictador fue la de las Fiestas de Minerva. “Estrada Cabrera logró tapar un poco la pestilencia de su régimen con las fiestas de Minerva”[4], escribe Cardoza y Aragón. El llamado Parque Minerva, en honor a la diosa de la sabiduría –si bien el decreto no mencionaba a la diosa griega, quizás para no ser señalado de pagano por su allegado clero- al norte de la capital, servía así, para festejar los aparentes alcances educativos como también para mantener un programa permanente de proselitismo para el dictador, creada por él mismo, la cual se realizó por veintidós años.
Celebrada el último domingo de octubre, en esta fiesta se daba reconocimientos a los maestros y estudiantes más destacados del año escolar, los cuales debían asistir obligatoriamente al evento, del que se creaba cada año el Álbum de Minerva, registrando con fotografías y transcripciones lo acontecido. Al lado de discursos, desfiles, bailes y concursos, el pueblo percibía la educación como un tema central para el gobierno. Sin embargo la restricción de libre pensamiento y de autonomía moral, social e intelectual favoreció el espíritu de servilismo y heteronomía y, por otro lado, si bien los primeros años del gobierno de Estrada Cabrera dieron la impresión de ser favorables para la educación, los efectos de los trastornos económicos eran evidentes para el segundo y tercer período de su gobierno, y se hicieron notar en al ámbito educativo principalmente en los sueldos de los maestros, los cuales se demoraron provocando una crisis en el sector. Los maestros, de hecho, aprovechaban el día de las minervalias para intentar vender los recibos correspondientes a sus salarios, los cuales no podían cobrar en la Tesorería Nacional. Batres Jáuregui se refirió a las fiestas así: “Se celebraban con pompa y lujo aquéllas fiestas el último domingo de octubre, pero los niños de las escuelas, maestros y profesores, se molestaban sin reportar ningún provecho positivo a la enseñanza pública”[5].
Las escuelas primarias y las facultades universitarias adquirieron también un aspecto militar en toda la República. En las escuelas secundarias y normales los alumnos aprendían a hacer maniobras militares con fusiles[6], habilidades de las que se hacía gala en las minervalias, tradición que continuaría después del régimen en las marchas de independencia. En el área rural se estableció que los dueños de fincas debían velar por las escuelas primarias de los hijos de sus trabajadores, disposición que raramente fue puesta en práctica, dejando a gran parte de los alumnos del área rural sin atender. Por otro lado, las escuelas de obreros, que habían sido creadas durante el gobierno de Justo Rufino Barrios y clausuradas por Reyna Barrios, fueron reabiertas en el gobierno de Estrada Cabrera como Escuelas Nocturnas para Adultos con distintas variantes: mientras las escuelas para obreros habían sido pensadas para elevar la cultura de obreros y artesanos a la vez que motivarlos a desarrollar los oficios que ya realizaban, las escuelas nocturnas tenían el único propósito de brindar educación a todos aquéllos que no podían estudiar durante el día. Esto dio como resultado que las escuelas nocturnas fueran concurridas por alumnos menores de catorce años que trabajaban durante el día con sus padres, mientras que los adultos dejaron de asistir por encontrar que estas le prestaban mayor atención a los niños y no cumplían con su propósito de desarrollar a los adultos[7]. Lo anterior se veía también afectado por el hecho de que la obligatoriedad de la educación, si bien estaba instituida, no podía controlarse ni se podía prohibir que los niños trabajaran pues se consideraba que era una necesidad para la economía del país.
En relación a la formación de maestros, el régimen de Estrada Cabrera fusionó el Instituto Indígena –que originalmente estaba destinado a formar a los maestros que impartirían clases en el área rural–, la Escuela Normal Central de Varones y la Sección de Normal del Instituto Nacional Central para Varones, llamándose la nueva escuela: Escuela Normal de Varones e Instituto de Indígenas. A esta escuela llegó una delegación de maestros belgas que se hicieron cargo de innovar la metodología de enseñanza y abogaron por las cátedras de Psicología Pedagógica y de Lecciones Modelo[8], ello como resultado de las críticas del sistema preponderante en todos los niveles de la educación, centrado en la rutina y la pasividad del alumno. A pesar de estos esfuerzos la falta de maestros se hizo notar, así como la deserción de los mismos en gran parte debido a los salarios extremadamente bajos.
Barrios había suprimido la antigua Universidad dando paso a las Escuelas Facultativas, funcionando así por cuarenta años. En abril de 1917 se emitió un acuerdo que disponía la creación de la Universidad Nacional, uniendo a las Escuelas Facultativas. Estrada Cabrera, ya desde inicios de su régimen le había negado el derecho a las facultades de elegir sus propias autoridades, dependiendo de la Secretaría de Instrucción Pública. En 1918 la Asamblea Legislativa acordó crear la Universidad Nacional de Guatemala, con el nombre de Universidad Estrada Cabrera[9]. Los nombramientos de los funcionarios del Consejo Superior, al que estaban sujetas las facultades, estaban a cargo directamente del Presidente de la República.
La dictadura de Manuel Estrada Cabrera estuvo caracterizada por una gran represión: “una red de espionaje policial que cubría todo el país, una implacable persecución a los opositores –reales y potenciales–, innumerables presos políticos, exiliados y no pocos fusilados”[10]. Esto llevó, sobretodo después de los terremotos de 1917 y 18, a un descontento generalizado que provocó el derrocamiento del dictador en 1920.
[1] Jorge Luján Muñoz. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País, Fundación para la Cultura y el Desarrollo. Guatemala, 1996. Pp. 255 – 265
[2] Idem.
[3] Idem. P. 311
[4] Luis Cardoza y Aragón. Guatemala: las líneas de su mano. Fondo de Cultura Económica, México 2005. P. 310
[5] Antonio Batres Jáuregui. América Central ante la Historia. Guatemala 1949. P. 652
[6]Memoria de la Secretaría de Instrucción Pública, presentada a la Asamblea Legislativa en el año de 1902. Tipografía Nacional. Guatemala. P. 7
[7] Carlos González Orellana. Historia de la Educación en Guatemala. Editorial Universitaria. Universidad de San Carlos de Guatemala. Sexta Edición. Guatemala, 2007. P. 268
[8] Carlos González Orellana. Historia de la Educación en Guatemala. Editorial Universitaria. Universidad de San Carlos de Guatemala. Sexta Edición. Guatemala, 2007. P. 270
[9] Jorge Luján Muñoz. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País, Fundación para la Cultura y el Desarrollo. Guatemala, 1996. Pp. 557 – 573
[10] Carlos Sabino, Tiempos de Jorge Ubico. Fondo de Cultura Económica. Guatemala 2013. P. 40
Publicado en http://www.guatemalasecular.org
Enero 2016