Las universidades, que en gran parte son herederas de las sociedades científicas de la edad moderna temprana, han jugado a lo largo de la historia un papel fundamental en la transformación de las sociedades. El desarrollo, apoyo y difusión de ideas dieron lugar a investigaciones, teorías y visiones que definieron la era moderna y la democratización de la sociedad. Por otro lado, su fundamento en la era moderna fue siempre proporcionar estructuras de apoyo y valores que aseguraran el progreso y la estabilidad de su sociedad, buscando garantizar el desarrollo del país mismo. ¿Cómo podríamos, a partir de la educación, aportarle al país si no comprendemos su historia, su cultura, las complejidades de su sociedad, su política, sus coyunturas?
Por supuesto, esto se aleja totalmente de la idea de adiestrar al estudiante en una visión única de país, sino se trata de brindarle al mismo las herramientas necesarias para desarrollar un criterio (informado y consciente) de lo que sucede a su alrededor, que tenga la posibilidad de entender el mundo no sólo desde la lente de la disciplina en la que se está formando, sino de todas las disciplinas y fuera de ellas, de modo que su actuar profesional, una vez graduado, no sólo contemple la ética profesional sino también a la sociedad a la cual, desde esa misma profesión, puede aportarle significativamente. Las universidades pueden convertirse en poderosas herramientas en la construcción de un país, no sólo a partir de la formación de profesionales autónomos y responsables sino sobretodo conscientes y comprometidos con su entorno. De hecho, a más cercanía a la realidad, mayor posibilidad de que éstos sean profesionales de verdad.
Muchas universidades a lo largo de Latinoamérica, aún sin un grado de desarrollo científico y social como el de las grandes economías occidentales, se asumen como parte de un sistema neoliberal, dando lugar a que esta visión se aplique tal cual a su quehacer educativo: desarrollando su función como un producto más en el mercado. Somos, inevitablemente, parte de la globalización pero a la vez somos producto de una realidad distinta a la que dio lugar a esos nuevos procesos y dinámicas occidentales. Eso no se nos debería de olvidar. Si bien nuestro concepto de desarrollo va ligado a esa visión occidental, no podemos perder –menos del entorno educativo– la noción humana. Esa noción que le dio lugar a la universidad como tal para empezar, ni podemos olvidarnos de las necesidades de nuestra sociedad. No se trata de sacrificar una visión por la otra, sino de dar lugar a una en función de la otra. El que se vea y se asuma de tal manera es, en gran parte, responsabilidad de la educación superior. Al final de cuentas siempre se educa para el futuro y ese futuro implica sucesos, rupturas, ideas… Toda universidad debería de comprender la educación como un proceso social, determinante en todo sentido para el futuro de un país y no ajeno a este.