Los discursos de los grandes líderes de la historia, dirigidos a su pueblo en momentos de crisis, resultan una muestra interesante de los valores e ideales de su época; del propósito con el que se espera los integrantes de una nación se identifiquen y se comprometan, y la visión que su líder, como protector y garante tiene. Así, frases célebres y discursos inspiradores, hechos en momentos determinantes, han trascendido la historia como evidencia de una época de la misma manera que lo han hecho las palabras de grandes dictadores y déspotas. En una sociedad, las palabras y el uso que se hace de ellas denota la forma de pensar de la época y del contexto. Lo que la gente entiende de éstas y cómo estás la influyen o inspiran también nos ayuda a entender el imaginario colectivo de determinado tiempo, definido a su vez por una amalgama de sucesos, ideas, normas, elementos y artefactos visuales, etc.
Así, Abraham Lincoln pronunciaba un mes antes de la firma de la Declaración de Emancipación en el Congreso Washington: “Los dogmas del pasado silencioso son inadecuados para el presente tempestuoso. La ocasión es una montaña de dificultades, y debemos crecer con la circunstancia. Como nuestro caso es nuevo, debemos pensar desde lo nuevo y actuar desde lo nuevo. Debemos desencantarnos nosotros mismos y así podremos salvar a nuestro país”.[1]
Tucídides hace referencia a la oración fúnebre de Pericles, pronunciada a su pueblo en los primeros años de la Guerra del Peloponeso: “Abrimos nuestra ciudad al mundo. No les prohibimos a los extranjeros que nos observen y aprendan de nosotros (…) Nuestra confianza en los sistemas y en las políticas es mucho menor que nuestra confianza en el espíritu nativo de nuestros conciudadanos (…) Nuestros rivales ponen énfasis en la virilidad desde la cuna misma y a través de una de una penosa disciplina, en Atenas vivimos exactamente como nos gusta; y sin embargo nos alistamos de inmediato frente a cualquier peligro real. (…) La pobreza es desgraciada no por la ausencia de posesiones sino porque invita al desánimo en la lucha por salir de ella. Nuestros hombres públicos tienen que atender a sus negocios privados al mismo tiempo que a la política y nuestros ciudadanos ordinarios, aunque ocupados en sus industrias, de todos modos son jueces adecuados cuando el tema es el de los negocios públicos. Puesto que discrepando con cualquier otra nación donde no existe la ambición de participar en esos deberes, considerados inútiles, nosotros los atenienses somos todos capaces de juzgar los acontecimientos, aunque no todos seamos capaces de distinguirlos. En lugar de considerar a la discusión como una piedra que nos hace tropezar en nuestro camino a la acción, pensamos que es preliminar a cualquier decisión sabida. (…)”[2]
Claro está que no siempre las palabras de los líderes son las más aptas ni las más inspiradoras, pero muchas veces han sido precisamente las palabras – y las acciones – de los gobernantes las que han abierto el camino a cambios o a la superación de dificultades que a su vez le brindan a un pueblo un nuevo espíritu, muchas veces necesario para el desarrollo. Otras veces las palabras pronunciadas también han condenado el futuro de naciones, como los discursos dados por Robespierre en la época del Terror francés, o traído consecuencias contrarias a las esperadas por su orador, sobretodo cuando estas palabras no encuentran soporte en acciones claras y contundentes.
La historia de Guatemala está llena de contradicciones y momentos de crisis donde sus líderes parecen no haber sabido nunca estar a la altura de las circunstancias ni responder a las necesidades de los ciudadanos. Entre regímenes totalitarios y breves momentos de “liberación”, la mayoría de nuestros gobernantes han sido más bien caudillos, con visión a corto plazo y marcados intereses personales. Esto se denota también en sus discursos y en su actitud ante un pueblo falto de identidad nacional.
Manuel Estrada Cabrera llegó al poder en la época del mayor auge caudillista en la región, en el año de 1898, tras la misteriosa muerte del liberal José María Reina Barrios, y se quedó en la silla presidencial hasta 1920. No le interesaba la política por el dinero, sino el poder. Llegó a controlar el ejercito y con la ayuda de éste garantizó una fuerza laboral constante a los caficultores, construyó carreteras y líneas de ferrocarril, y mantuvo el orden en los departamentos. [3] “Las precarias condiciones económicas afectaban el tesoro nacional y al bienestar de los habitantes. Los salarios de los servidores públicos se atrasaban y no se pagaba la deuda externa. Sin embargo, el país funcionaba.”[4] Y como en todo gobierno dictatorial latinoamericano, la corrupción era parte indispensable de su política.
El pueblo respondía a la dinámica de este gobierno, al menos en su mayoría, de acuerdo a lo que se esperaba de este. Las Minervalias eran una suerte de estrategia para obtener los honores respectivos en el estilo de un monarca absoluto ilustrado. Mientras, la economía, la educación y los medios de comunicación estaban controladas por el dictador. Esto provocó que Estrada Cabrera no contara con la popularidad de otros caudillos latinoamericanos del siglo XIX. “En aquél mundo de fantasía, refinamiento y bienestar, los guatemaltecos empezaron a postrarse en un ritual de subordinación”.[5]
En los medios de la época es perceptible la influencia y control del gobernante. Mientras historiadores como Rafael Arévalo Martínez mencionan los abusos del dictador, que, por ejemplo, se quedó con la mayor parte del dinero donado por otros países para los terremotos, mientras que no utilizó un solo centavo suyo o de la Nación para la causa[6]. La primera noticia del Diario de Centro América, tras el terremoto, aún así, dice: “… Las autoridades, y a su cabeza, el que es cabeza de la nación, se han portado a la altura de las circunstancias: nada ha faltado en Guatemala.”[7]
Francisco Lainfiesta, por otro lado, escribe: “ En la República todos vivimos como prisioneros; ninguno puede ausentarse del país, ni moverse de un lugar a otro sin previo permiso de nuestro gobernante”.[8]Los prisioneros políticos abundaban y la corte y magistrados dependían de la instrucción del presidente para actuar. El lema popular de la época era “todo el mundo le debe algo al presidente”. [9]
En esa dinámica de deudores y acreedor, Estrada Cabrera gozaba de un poder absoluto, inspirado principalmente por el miedo. Aún así, el gobierno acumuló, a lo largo de 22 años, un gran número de adeptos, llegándose a apoyar los abusos económicos y morales de la dictadura.
Tras dos reelecciones, Estrada Cabrera buscó la tercera para el período de 1917 a 1923. La que sería conocida como la elección de “la millonada” le dio la victoria, contando incluso con el apoyo del Departamento de Estado de los Estados Unidos.[10] Si bien más adelante, usando como escusa la guerra europea, disciplinará al dictador y como resultado se le dará la oportunidad de adquirir empresas originalmente alemanas en Guatemala a ciudadanos estadounidenses.
Las fiestas y conmemoraciones, placas de honor y reconocimientos serán parte del espectáculo público centrado en el presidente. El 21 de noviembre de 1917, la Asamblea mandó a colocar una placa de mármol en el exterior de la casa de nacimiento de Estrada Cabrera que ponía la fecha de su nacimiento y los decretos restableciendo la enseñanza pública e instituyendo las fiestas de la niñez.[11]
Entre noviembre de 1917 y febrero de 1918, la ciudad de Guatemala fue sorprendida por continuos temblores y terremotos que destruyeron casi totalmente la ciudad. Todas las construcciones hechas, desde las del traslado de 1776 hasta las más recientes, se cayeron o quedaron gravemente dañadas. Los palacios que rodeaban la Plaza Central se desplomaron, así como la mayoría de edificios públicos, como el Palacio Presidencial, el de la Aduana y el Palacio Reforma. La población se las tuvo que arreglar en campamentos improvisados en los distintos barrios de la cuidad, mientras otros se albergaron en la Aduana y La Estación.
La tragedia fue aprovechada por Estrada Cabrera transmitiendo mensajes solidarios, con su característica falta de carisma y una clara perspectiva trágica, que invitaban al pueblo a unirse, palabras y acciones que más adelante llevarían a su derrocamiento. Sus decisiones eran en función de beneficios a corto plazo, para asegurarse, según él, el mantenerse en el poder.
“Conciudadanos: Ha llegado una de las horas supremas en que deben ponerse a prueba el valor y la prudencia, la resolución y el patriotismo que os animan, cualidades que si en las circunstancias ordinarias de la existencia habéis poseído siempre, hoy con mucha más razón deben dominaros ante el inaudito infortunio de que han sido víctimas algunos de los pueblos de la República, entre los que se halla nuestra amada capital, casi derruida por los movimientos sísmicos que nunca podremos lamentar lo bastante.
Basado en estos conceptos me dirijo a vosotros para que por vuestro honor, por vuestro buen nombre y por la dignidad de la Patria, para quien vivimos y a quien todo debemos, levantéis vuestro espíritu a la altura del sacrificio que en estas angustiosas circunstancias Ella exige, no sólo al Gobernante sino también a cada uno de vosotros.
(…) Para la consecución de tales propósitos debéis primeramente acatar las disposiciones de la autoridad, resuelta hoy más que nunca, a procurar vuestra salvación en todo sentido.
Los que sois ricos, facilitad las operaciones de vuestro numerario, y los que sois pobres, aprontad vuestro contingente personal con la abnegación que el caso demanda al prodigio de trabajo que hay que ejecutar: si así lo hiciereis, la Patria os lo tomará en cuenta.[12]”
A pesar de sus discursos y cartas publicadas al pueblo durante esta época, las acciones políticas y económicas del gobernador parecían incólumes a la tragedia. Además de este sucesos, la guerra europea había disparado los niveles de inflación, para el que no parecía haber una respuesta coherente, centrándose en la recaudación de fondos de los departamentos para la reconstrucción de escuelas y el reclutamiento de 8mil trabajadores a la fuerza para reconstruir el extravagante Asilo de la Maternidad Joaquina, el único edificio público que sería reconstruido.
Sólo el sector más acomodado recibió la ayuda y tuvo la oportunidad de reconstruir sus casas y negocios, mientras el resto tuvo que vivir de manera improvisada y precaria, en muchos casos durante años.[13] Según se publica en los primeros días de enero, “cada campamento tienen un Comité encargado de la repartición de víveres, compuesto de un presidente y dos vocales. Estos llevan como distintivo un listón con los colores nacionales y la leyenda que dice: “Comité Central de Auxilios y Orden Público”.[14]
Según narra Rafael Arévalo Martínez, a raíz del terremoto todo estaba militarizado. “El dictador temió que la vasta aglomeración de gente ociosa haciendo vida común en los campamentos, exacerbada y hambrienta, amenazase su gobierno. Se propuso intimidar y extremó sus medidas”.[15]
Mientras que los mismos soldados del ejército se tenían que turnar los uniformes al estar de guardia y otros estaban prácticamente desnudos en el cuartel, en la Aduana se apolillaban 15mil frazadas y 15mil uniformes. “A don Manuel le gustaba guardarlo todo”, agrega Arévalo Martínez.[16]
El mismo 1ro de enero Estrada Cabrera se dirige a los ciudadanos: “No tengo palabras, no encuentro expresiones que traduzcan fielmente mis sentimientos de gratitud hacia todos los extranjeros y guatemaltecos que en las circunstancias actuales han sabido ser dignos, valientes y generosos, y que tanto me han ayudado a la salvación de la Patria”,[17] carta que firma como “vuestro conciudadano y amigo”.
Mientras el Presidente se expresaba con tan coloquiales palabras, la situación pintaba mal desde el inicio. En lugar de comenzarse a quitar escombros y construir inmediatamente, se impidió a la población en general todo trabajo de reparación y reconstrucción. Los diarios de la época están plagados de llamados, planes, propuestas y “soluciones”, así como invitaciones a la colaboración en el proceso. “Todo hombre, rico o pobre, profesional o rústico, obrero o empresario, capitalista o jornalero, poniendo su esfuerzo al servicio de esta santa causa, ayudará a sentar sobre su base más sólida la gran obra de la reconstrucción de Guatemala”[18]. Sin embargo el gobierno no vuelve a pronunciarse directamente hasta mes y medio después en este medio ni se reporta grandes avances, más que el elogio de reparticiones de víveres en los pueblos por el gobierno.
En la primera página del Diario de Centro América, publicada el 3 de enero se lee: “Con motivo de los abusos que se venían cometiendo por algunos encargados, el Jefe Supremo de la Nación dispuso que provisionalmente el reparto de víveres se haga en “La Palma” y bajo su inmediata dirección. Desde allí se atiende con toda actividad al reparto de víveres a cien mil almas”.[19] Siendo La Palma la finca particular y refugio del Presidente, el control estaba asegurado.
Entre reportes de nuevos temblores, noticias de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa y notas sobre la sociedad local acerca de matrimonios, muertes naturales y accidentes callejeros, así como columnas que tratan de explicar la causa de los terremotos – desde causas astronómicas hasta teorías de explosiones subterráneas, erupciones volcánicas e influencia de los árboles en los movimientos sísmicos–, las páginas de los diarios de enero y febrero de 1918 se centran en la celebración de la organización de los campamentos y la repartición de víveres pero poco se habla de planes urbanos de recuperación de la ciudad. Se invita a participar a los ciudadanos en ayuda al Presidente Estrada Cabrera: “…Lo que necesitamos ahora no son lágrimas ni suspiros sino iniciativas, energías y valor para sobrellevar nuestros desastres y repararlos en cuanto humanamente sea posible. Tal creemos sea el pensamiento de todos los hombres elevados y tal es el de nuestro Gobernante…”[20], pero la ciudad no se recupera. “…Todo fue contraproducente. En espera de los reglamentos dejaron de emprenderse muchas obras, no queriendo nadie exponerse a que lo obligasen a deshacer lo que hubiera hecho. Las autoridades, en lugar de ayudar a lo particulares, dificultaron los trabajos de mil maneras, como si para eso hubieran sido colocadas…”[21]
Estrada Cabrera, a pesar de su obvia falta de apoyo y del descontento generalizado del pueblo se pronuncia eventualmente con palabras de consuelo y sigue llamando a la participación sin dejar de ser sus palabras, en este contexto, ya casi absurdas: “Grande sería mi responsabilidad ante la Historia, si salvados de la muerte por la Providencia os dejase perecer a manos de epidemias que amenazan ya (…) Tengo fe en mis conciudadanos, sé que hoy como siempre han de hacerme fácil la tarea de gobernar y de ser con ellos sostenedor del orden público y de la salud y de la vida de la República.”[22]
El 20 de marzo de 1918, la Asamblea Legislativa le otorgó al Presidente reconocimientos por los servicios prestados con motivo de los terremotos, mientras poco más tarde se crearía la Universidad de Guatemala, con el nombre “Universidad Estrada Cabrera”. En noviembre de ese año, Estrada Cabrera va a recibir la cruz de la Legión de Honor de manos del representante francés.
Manuel Valladares escribió: “El modesto y democrático Cabrera lucía mayor número de condecoraciones extranjeras que cualquier monarca reinante: ¡Oh, comedias de la vida!… ¿Se quiere más? Pues se hallaba en gestación una Orden Nacional de Caballería creada por él, quien sería Gran Maestre, con dignatarios y pensionados por la Nación, grandes cruces, cruces y caballeros. Había para todos, para todos los caballeros de aquella Cueva de Reinaldos”.[23]
Para 1919, el gobierno de Estrada Cabrera era el menos popular de toda Latinoamérica. “Los efectos de la Primera Guerra Mundial reorientaron la vulnerable economía cafetalera de Guatemala, y los terremotos de 1917 y 1918 desmoralizaron al déspota.”[24] Los terremotos evidenciarían que el sistema Cabrerista había caducado. Sus discursos y cartas no consecuentes con sus acciones y la urgencia de un líder, –cuyas respuestas fueran más allá del consuelo que eran más menester de la iglesia–, no tuvieron el efecto esperado pues se quedaron en no más que palabras y acciones superficiales. En circunstancias que aún se presentaban fatídicas y misteriosas, por el poco conocimiento que se tenía del fenómeno sísmico y que daban lugar al miedo y la sensación de inseguridad permanente, su papel era determinante.
Entre la falta de respuesta ante la tragedia y la llegada de las epidemias de influenza y fiebre amarilla a finales de 1918 e inicios de 1919, la oposición al régimen fue obteniendo forma. Las críticas cada vez más abiertas a la situación en que se encontraba Guatemala y la influencia del Partido Unionista anunciaban la aproximación de la “semana trágica”, acaecida en marzo y abril de 1920, con la caída definitiva del régimen.
[1] Basier Roy P. Collected Works of Abraham Lincoln. http://www.abrahamlincolnonline.org/lincoln/speeches/congress.htm
[2] Citado por Van Doren, Charles. History of Knowledge, Traducción al español como Breve Historia del Saber. Editorial Planeta. España, 2006. P. 114, 115.
[3] Rendón, Catherine. El Gobierno de Manuel Estrada Cabrera. Luján Muñoz, Jorge. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País. Guatemala, 1996. P. 15
[4] Idem.
[5] Idem. P. 34
[6] Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles. Tomo I. Editorial Universitaria Centroamericana EDUCA. Guatemala, 1945. P. 382
[7] Diario de Centro América, Miércoles 2 de enero de 1918. Año XXXVIII, No. 10,552- 2 páginas. P. 1.
[8] Rendón, Catherine. El Gobierno de Manuel Estrada Cabrera. Luján Muñoz, Jorge. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País. Guatemala, 1996. P. 17
[9] Citado por Rendón, Catherine. El Gobierno de Manuel Estrada Cabrera. Luján Muñoz, Jorge. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País. Guatemala, 1996. P. 19
[10] Rendón, Catherine. El Gobierno de Manuel Estrada Cabrera. Luján Muñoz, Jorge. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País. Guatemala, 1996. P. 27
[11] Idem.
[12] Diario de Centro América, Miércoles 2 de enero de 1918. Año XXXVIII, No. 10,552- 2 páginas. P. 1.
[13] Gellert, Gisella. Desarrollo Urbano de la Ciudad de Guatemala. Luján Muñoz, Jorge. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País. Guatemala, 1996. Pp. 156, 157
[14] Diario de Centro América, Viernes 4 de enero de 1918. Año XXXVIII, No. 10,554- 2 páginas. P. 1.
[15] Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles. Tomo I. Editorial Universitaria Centroamericana EDUCA. Guatemala, 1945, P. 384
[16] Idem, P. 385
[17] Diario de Centro América, Miércoles 2 de enero de 1918. Año XXXVIII, No. 10,552- 2 páginas. P. 2.
[18] Diario de Centro América, Lunes 7 de enero de 1918. Año XXXVIII, No. 10,556- 2 páginas. P. 1.
[19] Diario de Centro América, Jueves 3 de enero de 1918. Año XXXVIII, No. 10,553- 2 páginas. P. 1.
[20] Diario de Centro América, Jueves 17 de enero de 1918. Año XXXVIII, No. 10,567- 2 páginas. P. 2.
[21] Gellert, Guisela. Desarrollo Urbano de la Ciudad de Guatemala. Luján Muñoz, Jorge. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País. Guatemala, 1996. Historia General de Guatemala. P. 157
[22] Diario de Centro América, Lunes 18 de febrero de 1918. Año XXXVIII, No. 10590 -4 páginas. P. 1
[23] Citado por Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles. Tomo I. Editorial Universitaria Centroamericana EDUCA. Guatemala, 1945. P. 395
[24] Rendón, Catherine. El Gobierno de Manuel Estrada Cabrera. Luján Muñoz, Jorge. Historia General de Guatemala. Tomo V. Asociación de Amigos del País. Guatemala, 1996. P. 29
Publicado en Revista Contrapoder, Diciembre, 2014