Pasá adelante, querida. Sabés que estás en casa. Esta será siempre tu casa. Estos huesos y esta piel tienen tus marcas, las huellas que dejaste todo el tiempo que me habitaste. Partiste un día y aún así siempre supe que nunca lograste desatarte. Se sentía tu olor, se oía el eco de tu carcajada… Esta es tu casa. No le hice cambios significativos, de modo que podés reconocerla sin problema. Pasá adelante, sé que no venís sola, nunca lo hiciste, vos siempre viajas acompañada y acompañada invadís mi cuerpo. Soy tu casa. La casa a la que te sumergís como en una piscina. Te aclimatás en segundos, adaptas tu respiración a mis profundidades. Te expandís, te disolvés, hacés de mí y de vos una mezcla homogénea. Tratás de engañarme. Tratás de hacerme pensar que no sos vos, que soy yo, que esto no es más que la misma yo, la de siempre, la que tiene miedo, la que se acurruca en el fondo y se araña las lágrimas. Pero yo te veo llegar. Se cuándo entrás. Esta es tu casa. Entrás y salís cuando te viene en gana, siempre lo has hecho. Nunca avisás, ni siquiera podés anunciar tu llegada con una llamada previa, no das tiempo para la mínima preparación. De igual manera, nunca decís cuánto tiempo planeas quedarte. Sos invasiva, insolente, imponente. Ponés tus reglas, contaminás el ambiente. No te importa no recoger tu desorden. Me mirás con desdén. Y qué puedo decirte: esta es tu casa.
