Si pudiera establecer un molde para los sábados por la tarde
bastaría con recordar y conectar los cientos de sábados por la tarde
en los que sentada frente a un cuaderno o pantalla bombardeé lágrimas
en forma de gramática
luego suspiros, luego pausas y silencios interminables
El sol penetrando directo por una ventana,
el reflejo amarillo inundando una habitación
El viento fresco levantando una cortina o soplando algunos pétalos.
Los sábados en la tarde a los 14; dedos obsesionados por la tinta y el papel, amores imaginarios,
vidas llenas de fantasía, nombres inventados, tomados prestados,
dolores alquilados.
Los sábados en la tarde a los 16; pantalla grisácea, archivo word 97′, tipografía curier new.
Poemas que salían como nudos de la garganta, de la frente, de los ojos.
Los sábados por la tarde a los 19; pantalla borrosa, ojos empapados.
Nada afuera de las letras tenía sentido y así, las alimentaba,
las llenaba de nombres y experiencias, vividas solo para ellas.
Tardes calurosas, tardes con lluvia.
Era el silencio en el exterior, era el rumor lejano…
A los 23 no quedaba mucho
y más tarde los sábados en la tarde se terminaron.
El sábado por la tarde de hoy – a los 29- tiene un sabor viejo.
La pantalla tirita al frente y hay un murmullo, no el de la calle,
no el del perro del vecino o el tecleo.
Es un murmullo conocido, casi familiar.
Los dedos buscan su camino entre las palabras y a lo lejos
una colección de años, días, sábados por la tarde –perdí la cuenta de cuántos–
que parecen revivir, hacerse su camino, de regreso a la soledad
y a las letras.
2012
Imagen: Jef Claes