En su libro Philosophy in a New Key, la filósofa y teórica del arte Susanne K. Langer dice: El verdadero poder de la música radica en el hecho de que puede ser «fiel» a la vida de los sentimientos de un modo en el que el lenguaje no puede serlo, pues sus formas significantes poseen esa ambivalencia de contenido que no pueden tener las palabras (…) La música es reveladora allí donde las palabras son oscuras, porque puede tener no solo un contenido sino un juego transitorio de contenidos. Puede articular sentimientos sin atarse a ellos (…) La atribución de significados es un juego cambiante, caleidoscópico, probablemente debajo del umbral de la conciencia y, sin duda, fuera de los limites del pensamiento discursivo…
Dieter Lehnhoff, violinista, compositor, director de orquesta y Director del Instituto de Musicología de la Universidad Rafael Landívar, es un profesional apasionado de la música. Como violinista y director de orquesta, su interés se ha centrado en la historia de la música y específicamente de aquélla producida en Guatemala, de la época prehispánica a la de principios del siglo XX.
A través de ésta él ha aprendido –y enseñado– a leer los códigos históricos, sociales y emocionales tal como los describiera Langer. Pero la importancia de su trabajo radica en el encontrar, clasificar y documentar nuestra herencia musical: una parte fundamental de nuestra cultura y sociedad.
La narrativa de la vida de Dieter Lehnhoff está conformada por innumerables aspectos pero él resalta la dedicación a la música a partir de revivir la música histórica, especialmente la de Guatemala. Su deseo por dedicarse a la música y luego a la investigación le llegó desde pequeño. Como todos los niños, estudió flauta dulce en el colegio, pero su percepción de los sonidos, las melodías y las notas ya era desde entonces diferente y a los 8 no dudó por ningún momento dedicarse a estudiar el violín, cosa que hizo hasta los 17 años. A continuación viajó a Austria, donde sus conocimientos musicales se ampliaron de sobremanera, integrando la composición e incluso la dirección orquestal. En este camino diversos profesores fueron sembrando semillas que eventualmente transformaron su concepción musical y su ser completo se encausó entonces en la música. No había vuelta atrás.
Cuando Lehnhoff se sumerge en documentos antiguos, su interés se despierta y esa naturaleza exploradora es la que hace de su trabajo una emoción en constante crecimiento. El toparse con archivos musicales y sobretodo notar el valor de los mismos, ha ido haciendo de su trabajo de investigación una convicción. La convicción de que la música puede fortalecer nuestra identidad y brindar un sentido de pertenencia y orgullo propio a los guatemaltecos.
Es difícil por momentos pensar en ésta música, siendo antigua además, como una parte esencial de nuestra sociedad actual. Sumergidos en el ajetreo cotidiano y en las mil influencias musicales globalizadas, ¿cómo podríamos salvarnos y salvar a las futuras generaciones de esa especie de letargo, esa de la cultura pop en la que todo parece sonar igual? Dice Lehnhoff que el conocimiento de la propia identidad musical por los jóvenes requiere de una gran difusión de la misma. Si pudiéramos empezar desde la niñez a apreciar y hacer apreciar nuestra música se puede construir una base cultural: sus valores, aficiones, tendencias…Para aprender a valorar la música clásica, sin embargo, no es necesario tener una edad específica y los jóvenes pueden hacerlo. Hay quienes al descubrir la música clásica, especialmente la de Guatemala, cambian por completo su percepción musical. El acercamiento a ésta generalmente tiene un impacto enorme; es como un mundo nuevo que se abre. A veces basta solamente con tener el acceso a ella; es por ello que resulta lamentable que en nuestro país no la escuchemos más. Esta música ofrece mayores beneficios a quien la escucha por el balance y la manufactura de su composición; nunca falla en entusiasmar a la gente. Mozart, por ejemplo, tiende a invitar a la gente a explorarlo y profundizar en ella, también ocurre con la música del barroco italiano… Esto significa un incremento enorme en la vida de cualquier persona.
Y es que además de identificarse con una sociedad o una cultura específica la música es también universal; es un lenguaje que va más allá de las palabras. El orden que le es inherente, ese orden matemático –frecuencias y duraciones– refleja una armonía que puede tener un gran efecto sobre el escucha. Así, la música, principalmente la instrumental, habla desde la retórica con que está compuesta: oraciones musicales, frases, párrafos… Pero la forma en que ésta actúa sobre nuestra imaginación es individual. Cada pieza musical es una banda sonora para una película imaginaria y la película es individual para cada persona. Cada quien asocia impulsos de muy diversa naturaleza con la música: eventos, personajes, aromas, situaciones afectivas…El enorme beneficio de la música es que posee una gran multiplicidad en las maneras de ser interpretada.
En su libro Creación Musical en Guatemala menciona que la música nació como un medio de comunicación o conexión con las deidades. Aún así, más allá de la música sacra, la música clásica en general parece transportarnos a una dimensión superior. Al escucharla –la sinfonía no. 40 de Mozart a todo volumen en los audífonos– cada nota produce un escalofrío. Es inevitable sentirse “elevado”; entender por primera vez lo que “espiritual” verdaderamente significa. En las palabras de Dieter Lehnhoff la espiritualidad de la música se da por su inmaterialidad; cuando no tiene palabras y aún así transmite sonidos espirituales se debe a esa cualidad de comunicar armonía –en forma de balance matemático- y a su elocuencia poética a la vez. Su explicación es clara y lógica; la lógica de la música es superior y me atrevo a decir que lo es incluso a la matemática. Pero yo sé algo de música y no de matemática.
Entonces se me ocurre que si todos cerramos los ojos y nos concentramos en escuchar la música con atención, nos sumergimos en ella de nuevo, existen allí adentro, además, mil formas de aprendizaje. Nuestra forma de pensar, de escuchar, de reflexionar y sentir cambia. En términos científicos, la proporción de la música comunica un orden diferente y la forma en que es percibida desarrolla el lóbulo derecho del cerebro, aquél que tiene funciones de carácter intuitivo; creativo. Al haber balance entre ambos lóbulos se da el “efecto Mozart”. En éste, la música tiene un efecto benigno sobre el desarrollo del aprendizaje que tiene lugar en el lóbulo izquierdo del cerebro. En relación a esto, una meta de la educación sería desarrollar seres que tienen un desarrollo equivalente el lado racional así como el intuitivo; un ser humano balanceado, ecuánime, de un potencial de realización mucho mayor.
Cuando nuestro cerebro ha encontrado una forma de pensamiento divergente, creativo, abierto, analítico, reflexivo, y estudiamos la música entonces, más a fondo, desde su lado formal a parte del “espiritual” podemos leer historia. Podemos encontrarnos con la descripción detallada de cómo se construyó una sociedad, qué elementos la conformaron; como si cada nota, cada movimiento, cada frase musical fuera un fragmento en el trazo de nuestra identidad. Para ello, el Instituto de Musicología estudia la música de determinado período dentro de su circunstancia social e histórica. Para estudiar la música prehispánica, por ejemplo, se extrapolan evidencias de fuentes secundarias, como la iconografía: representaciones de instrumentos en vasijas mayas, testimonios de cronistas de la época, vestigios lingüísticos de términos musicales en las lenguas actuales de raíz maya o vestigios arqueológicos, como ocarinas o la flauta de hueso hecha del fémur de un niño que se encuentra en el Museo de Arqueología.
Al estudiar la próxima etapa, que es el Renacimiento–que viene de Flandes, hacia España y luego hacia el Nuevo Mundo–Lehnhoff ha encontrado obras musicales de gran importancia producidas en Guatemala de dos fuentes: primero, de los compositores ibéricos, que llegaron como parte de la nueva religión y otra de los nativos, que aprendieron esa música y crearon obras innovadoras a partir de ello. Más adelante, la Contrarreforma le da un resplandor especial a las artes, principalmente dentro de la iglesia, como se puede apreciar en la imaginería y los retablos de entonces: todo está pensado en función de magnificar de manera sobrecogedora las obras visuales y musicales. La estética y el cuidado en la elaboración de los detalles aquí se da de igual manera en las diversas artes y esto es un reflejo del pensamiento de la época. La música llena la arquitectura y todo se complementa para dar la impresión de la magnificencia de la divinidad. Es a partir de entonces cuando se desarrolla un lenguaje musical propio, pues se unifica la referencia a la música de las culturas mesoamericana, afrocaribeña e ibérica. Es aquí donde se forma un carácter y un acento propio, cosa que se dio únicamente en Guatemala. La música en México o en Perú, por ejemplo, es eminentemente española, del barroco español.
En la época independiente o republicana existen muchas líneas para explorar, por ejemplo el surgimiento de la sinfonía, la música para piano y el desarrollo de la marimba cromática en Quetzaltenango a partir de 1894. La música del siglo XX es influida por la música autóctona y el entorno. Los nativos de la época aún se encontraban libres de la influencia de otras músicas pues no tenían acceso a la radio y muchos músicos buscaron esta base para partir de ella. Además integraron literatura prehispánica como las leyendas del Popol Vuh y los mitos del Chilam Balam.
La música histórica en Guatemala abarca una gran variedad estilística, que va más allá de música clásica pues es más inclusiva; incluye músicas sacras, callejeras, militares, marimba… La evocación de ese mosaico tan colorido es lo que finalmente se entiende como una cultura, portadora de la identidad Guatemalteca en particular y Latinoamericana en general, en relación también con la herencia europea. Las influencias culturales vienen de todos lados, lo que le da un valor intrínseco muy propio, agrega Lehnhoff.
Mientras él habla del carácter local que los compositores buscaban a mediados del siglo XIX me vienen a la mente algunos nombres. Me da pena darme cuenta entonces que mis referencias saltaron de pronto hasta Rusia, Hungría y Checoslovaquia pues le pregunto a un investigador, guatemalteco alemán, acerca de la música de mi propio país. Cuando hablábamos de la música de la época de la independencia, ¿podríamos ubicar a algún compositor guatemalteco que haya creado piezas a partir de lo local, al estilo de los nacionalistas checos o húngaros? Su respuesta me emociona de sobre manera pero no dejo de sentirme un poco culpable por no haber tenido idea anticipada de la misma. Jesús Castillo, en la última década del siglo XIX, se especializó en recopilar melodías nativas. Esto lo hizo principalmente en Costa Cuca o el área Mam. Siendo él de Ostuncalco, que significa montaña de los tres tunes –un lugar muy musical– Castillo abre los oídos a la herencia musical y lo incorpora a sus conciertos, principalmente a su ópera, “Quiché Vinak”, la cual tuvo un éxito formidable pues era la primera que hacía referencia a lo local –como Wagner y los Nibelungos, pienso–, sí, pero con la inclusión de un lenguaje musical basado en músicas folclóricas recolectadas. Su lenguaje musical se ve definido por la música que recolectó (al modo de Bartok y Kodaly; los grandes nacionalistas húngaros). Algo interesante de Castillo es que incorpora también cantos de aves: cenzontle, guardabarrancos; aves típicas de la región…A Dieter Lehnhoff, más que la palabra “Nacionalismo”, le gusta llamarle valoración de las herencias autóctonas, pero sí, al fin y al cabo estamos de acuerdo; es comparable a aquéllos autores nacionalistas…
Pero aparte del carácter de la música Nacionalista, que consiste en recabar la esencia y tratar de volver a lo propio, integrándolo a composiciones de carácter clásico, en Guatemala surgieron algunos estilos, o formas musicales, totalmente propios. A partir del desarrollo de la marimba en Quetzaltenango se dio una fiebre de creatividad enorme y fue allí donde nació el ritmo conocido como el 6 x 8, que más tarde se llamará “Guarimba”. Uno de los nombres que más resalta en relación a este es Wotzbelí Aguilar. Pero si buscamos música propia más atrás, ya en la época colonial nos encontramos con lo que se conocía como los “Villancicos de Indios”; estos eran los villancicos referidos a la música folclórica. En el “Mazate”, por ejemplo, el villancico se inspira en la Danza del Venado. Este género surge específicamente en Guatemala con intenciones didácticas, en el contexto de una pastorela. El villancico es una forma de música folclórica integrada a una pieza teatral; esto es una cosa única. Su principal compositor es Rafael Antonio Castellanos, fallecido en 1791. El villancico es una expresión muy clara de nuestra herencia y mezcla cultural. Proveniente de España, éste es totalmente transformado y adaptado en nuestra cultura en el siglo XVIII, donde convergen el personaje afrocaribeño, la herencia maya y los reyes magos.
Y es que nuestra cultura es eso: una rica mezcla de influencias que crean una nueva esencia. Otras formas musicales muy comunes en Guatemala son el danzón, el vals y las marchas fúnebres, todas surgidas en España pero en las cuales podemos leer mucho de nuestra cultura o idiosincrasia. En estas tres formas musicales se puede evocar cierto sabor regional, el cual tiene que ver con la música folclórica o con la que tiene relación con cierta época. La marcha fúnebre está muy arraigada a nuestra cultura; considerada música clásica, todavía se toca tal cual en los cortejos de Semana Santa. Su encanto deriva de la asociación que mucha gente hace de estas piezas. Luna de Xelajú evoca siempre nostalgia en todo guatemalteco. Esa nostalgia por el terruño se da por asociación. Los valses, por otro lado, tienen esa elegancia de la belle époque, que muchos dan por perdida, pero que logra la asociación con una elegancia propia. Las cualidades de comunicar contenidos emocionales es lo que crea una constante asociación en este país. Si bien estas formas surgen de formas occidentales, ya poseen un acento propio; como sucede con nuestro idioma. Muchos otros países lo hablan, pero este acento es sólo nuestro.
A Dieter Lehnhoff siempre le ha ilusionado la idea de que las personas aquí perciban esta música como algo propio; algo similar con lo que sentimos por la Luna de Xelajú, pero con una mayor cantidad de obras y estilos… Que lo mismo me dé que oiga “Con Regocijo y Contento” como la 7ma Sinfonía de Samayoa… o que baile la Flor del Café para los 15 años… Que haya una vocación de identidad en la audición de esta música. Esto presupone, por supuesto, una amplia divulgación de ésta música. El trabajo del Instituto de Musicología se ha dedicado a reunir una gran cantidad de obras de creación local en varios discos, a través de los cuales se logra una gran divulgación sonora. Por otro lado está la divulgación literaria: la investigación de la circunstancia social de la música a través de la historia; y la publicación de partituras, para ser interpretadas en otros lugares del mundo. Para que esta música se pueda incorporar al acerbo cultural. Así un día podremos ir a la ópera de Milán y escuchar “Noche de Luna entre Ruinas”.
Ese fortalecimiento de la identidad es el que nuestra sociedad necesita. Es como podremos vencer las desventajas de que aún posee. El sentir y valorar lo propio nos da un espacio, un lugar y un espíritu del cual agarrarnos, en el cual sentirnos cómodos y a través del cual comunicarnos desde nuestra esencia. Es la forma cómo podemos transmitirle a las generaciones venideras gran parte de nuestra historia para ser apreciada y entendida desde todas sus formas, incluyendo el proceso de compresión abstracto, complejo y multidimensional de la música clásica. Esa es una de sus grandes capacidades.
Luisa González-Reiche
Publicado en Magacín 21
en Octubre 2011