Cuando Alejandro Cartagena (República Dominicana, 1977) llegó por primera vez a Monterrey, no se imaginaba que éste lugar sería el sujeto de toda una investigación antropológica que le tomaría 5 años. Así como tampoco sospechaba la dramática transformación que en poco tiempo esta ciudad industrializada, ubicada a dos horas de la frontera americana, sufriría. Para bien o para mal, Monterrey crecía atropelladamente mientras sus pobladores encontraban el consuelo de una casa propia en terrenos antes baldíos a donde los servicios básicos apenas llegaban. Cartagena lo observa y lo estudia, no desde un punto de vista crítico sino analítico.
Profundiza en el sentido que las nuevas lotificaciones tienen dentro de la dinámica de la sociedad, y desde el punto de vista de los inquilinos de muchas de estas casas de menos de 100 metros cuadrados. Así, durante varios años, retrata su efecto sobre los alrededores, el estilo de vida de su gente, sus calles, sus casas, y sus costumbres. Consciente de la inseguridad pues es un área con un gran número de integrantes de pandillas, Cartagena entra sin miedo y captura con su cámara, con aparente sencillez, imágenes poderosas. Estas imágenes juntas conforman la muestra Retrato Suburbano, expuesta el pasado mes de enero en la Alianza Francesa de Guatemala, organizada por el Centro de Fotografía Contemporánea La Fototeca. Sin necesidad de una curaduría externa, Cartagena ha sabido crear un diálogo único con sus propias imágenes en la sala expositiva, llevando al espectador a adentrarse gradualmente en estos paisajes lineales y desolados para ir entendiendo, poco a poco, la cotidianidad de sus habitantes. Fue de esa manera como el mismo artista descubrió el lugar. Empezó buscando retratar esa marca que el crecimiento urbano sin planificación estaba empezando a dejar en el paisaje, señalando los ríos secos que la necesidad de agua de las casas cercanas habían dejado y el desorden provocado. Pero Cartagena notó que esas viviendas eran más que edificaciones aparecidas en medio de la nada por arte de magia. Esas viviendas traían familias, tenían vida por dentro. Respondían a una necesidad social y a una cultura. Una familia posa frente a su casa. Su vestimenta es sencilla pero su gesto es fuerte, directo. La señora tiene por cejas dos líneas negras pintadas o tatuadas y está sentada sobre una silla de playa, seguramente en el mismo lugar en el que durante el día, a diario, la coloca para ver y participar de su “barrio”. En otra imagen se observa una casa, cuadrada, pequeña, con una ventana cubierta de globos –hay piñata– y luego una fachada minúscula con milpa en su frente. El hombre que cava en su jardín para instalar su propia tubería, la chica que sale de casa con anteojos de sol y la falsa Louis Vuitton al hombro. Estas imágenes no sólo retratan el lugar sino logran transmitir, por medio de la poesía de sus composiciones y las condiciones de luz que ha seleccionado para cada una, la sensación de estar allí, ese aire fresco, desértico…. Y es que el artista va más allá de la tradición del paisaje para contarnos una historia. Es probable que éstas escenas, aquí, no nos digan mucho. En Guatemala los conjuntos de vivienda de este tipo abundan, rodean las carreteras principales y se esconden en los valles más lejanos. Al fin de cuentas esta realidad no es solamente, como dice el nombre de una de las series incluidas en la muestra, Mexicana. Los suburbios de la región son esto; la pobreza y la lejanía son parte de la vida de nuestra gente. Sin embargo, detrás de la lente de Cartagena la realidad es otra. La realidad no es triste. Si bien algunas imágenes podrían tener reminiscencias de nostalgia, la vida de estas personas no se trata de eso, no de la pobreza, ni la falta de servicios y oportunidades. Estas personas empiezan o recién han empezado una nueva etapa en su vida. La casa propia les ha brindado un nuevo sentido de esperanza y seguridad. Seguridad en sí mismos, para sus familias. La seguridad de que no importa qué tan lejos y qué tan vacío esté el alrededor o el interior de su casa, lo ha conseguido; la casa es de ellos. La tierra de nadie les pertenece. Hay que trabajarla, es cierto, pero eso ya no cuenta.
Luisa González-Reiche
Publicado en Revista RARA 3, Marzo 2011
Fotografía: alejandrocartagena.com