TRENES

El sol ha caído.

Las ventanas del tren se han convertido en enormes espejos.

Afuera sólo se ven pasar luces brillantes de cuando en cuando.

Si acerco el rostro al vidrio se logran distinguir algunos arbustos que, gracias al reflejo del interior del tren,

sobresalen del negro absoluto del fondo.

Hemos pasado por varias estaciones con nombres que no logro repetir.

En el epicentro de mi estómago empiezan a formarse pequeños temblores

a causa del hambre que unas galletas insaboras no lograron calmar por mucho tiempo.

El sonido del interior del tren es cubierto casi por completo por el sonido exterior de este:

el tronar de los rieles y el romper del viento.

La gente duerme o lee.

Un par de chicas jóvenes juegan con su celular -el asesino perfecto del tiempo-. 

Una vocecita infantíl dos asientos adelante es lo único que acompaña el tedio del vagón.

Leo, escribo un poco –nada–, veo la ventana, sus reflejos y a través de ella.

Intento leer el nombre de cada estación en que nos detenemos como si intentase hallar trazas de familiaridad,

pero nada…


2007

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