GRASA SATURADA

I

–No azúcar, no harina, no carnes rojas, no calorías (los lácteos son veneno), nada de grasa saturada–. Se sirvió el almuerzo con delicadeza y se sentó delante de él. Inmediatamente se congeló; se quedó prácticamente inerte, como quitándole breves instantes al tiempo. Descuartizando las horas una por una. Al volver del letargo tomó con precisión el tenedor y partió por la mitad la rodaja de tomate que yacía en su plato. Se llevó un trozo a la boca y al instante empezó a contar las veces que lo masticaba. Dejó el resto en el plato. Salió de la cocina.

Los papeles, resultado del trabajo literario de los últimos años, cumplían la función de alfombra en la sala del departamento. Caminó con descuido sobre ellos, desordenándolos un poco, sin verlos, ignorándolos intencionalmente. La luz que entraba por la ventana se reflejaba en el suelo blanco, obligándola a cerrar un poco los ojos. Se dirigió al baño, pero se detuvo un momento delante de la puerta observando una pequeña fila de hormigas que escalaba por el marco formando un rizoma. Entró. Se miró al espejo y comenzó a hacerse muecas, intentando descubrir rasgos conocidos en su rostro, se recogió el cabello y se limpió con los dedos amargos el delineador del día anterior. Al salir del baño dirigió a la ventana, analizándola, sin ver más allá de las minúsculas gotas de pintura que se extendían sobre el vidrio. “¿Existe algo entre el amor y el abandono? ¿Qué sentido tiene seguir contemplando la soledad del otro? ¿Estamos acaso viéndonos la transparencia? ¿Para qué no cubrimos del frío si tenemos frío el corazón? ¿Queremos más? ¿Necesitamos menos? ¿Para qué avergonzarnos? ¿Por qué? ¿Acaso no nos gusta? ¿Acaso no ansiamos las más extravagantes caricias? ¿Dónde exactamente el bien se convierte en mal? ¿Qué tan adentro?”

Cuando M entró ella raspaba con entusiasmo con la uña amarillenta una gota blanca. Se quedó parado en la puerta un momento, contemplando con asombro la retórica que ensuciaba el suelo y luego posó sus ojos sobre ella, que aún no había notado su presencia. Estaba descalza. Tenía puesta solamente una falda. Su espalda desnuda era enmarcada por la luz de la ventana, al igual que su cabello; la fina vellocidad de sus brazos parecían líneas doradas delineando su figura. Ella permaneció callada, acaso se había congelado de nuevo. Escuchaba con atención sus propios pensamientos, intentaba identificarlos entre el bullicio que habitaba su cabeza y detrás del rechinido insoportable que provocaba con la uña en el vidrio. M volvió a sentir lástima. De nuevo la encontró en ese estado, el estado que él había diagnosticado sin prenguntar. Perdiéndose, como siempre, un ese repetitivo y monótono cúmulo de pensamientos sin sentido. El caos que provoca la ausencia en el subconsciente, el ruido de la memoria.

Unos minutos más tarde se quedó en blanco. Se detuvo; sus dedos se detuvieron. Giró lentamente y vio a M sin hacer ningún gesto. M no se había movido, estaba todavía de pie, mirándola con el rostro tan serio que no parecía ser su rostro verdadero. Ya no podía hacer nada. Era demasiado tarde. M ya estaba adentro. Ella había dejado de esperarlo hacía tiempo. Lo vio pero no dijo nada. Se dirigió a su habitación. Sacó del cajón el viejo suéter de lana celeste, se lo puso, se arregló de nuevo el cabello y volvió a salir. “¿Todavía importa? ¿Es posible que a éstas alturas todavía nos atrevamos a apretarnos las manos y a mirarnos a los ojos? ¿A qué hora te metiste en ésta rueda de la fortuna? ¿Cómo diablos le hago para detenerla y bajarme?”

M se sentó en el sofá de la esquina tras esquivar la poesía. Ella se le acercó con miedo, como una presa que se siente acechada, intentando cerrar los ojos para no verlo mientras se dirigía a dónde él estaba procurando no ser vista tampoco. La sala le pareció kilométrica y el atardecer eterno. Él la tomó de la cintura y le besó un pecho, ella le alborotó el cabello. M sonrió un poco de lado y luego volteó a ver los papeles. Daba la impresión de que habían sido colocados allí cuidadosamente, como si el orden en que debían ir había sido premeditado. Su gesto se transformó. Se quedó serio de nuevo. Ella: –No servía– y él en silencio.

Así callados e inmóviles estaban cuando oyeron los pasos de Domingo aproximarse a la puerta. Ella fue a abrir. Domingo entró y los tres se sentaron en el suelo, sobre la poesía. Se sirvieron del vino que ella había sacado de la puertita de atrás. Ella le dio un par de sorbos y luego abandonó su copa, dejando un círculo rojo en: Ayer me dije que hoy ya no volvería a ser la misma; también me lo dije anteayer y el día anterior. M y Domingo volvieron a servirse.

Ella siempe había tenido la manía de escribir sobre cualquier cosa, de documentar todo lo que le pasaba por la mente, de intentar capturar con palabras hasta los momentos más simples de la cotidianidad, si bien su vocabulario seguía siendo escaso. Domingo tenía los ojos extraviados mientras pensaba: “Nunca he escrito una canción que valga la pena. De qué me sirve el público, de qué los aplausos. Cuando las luces se apagan vuelvo a ser el mismo, la misma sombra, la misma vacuidad… La frustración por el hecho de que hay ciertos acordes que no conozco, de que hay ciertas canciones que realmente no me gustan, que me confundo y no se dan cuenta, que se me olvida la letra y no se enteran.” Las tres figuras, sentadas en el suelo, habían permanecieron mudas. A ratos alguno levantaba la vista y echaba un vistazo a los otros con disimulo. Ellos dos volvían a servirse vino. A ella le parecía que iban un poco rápido, pero no diría nada. Se puso de pie y caminó hacia la puerta. La abrió. Era Hernán. No habían oído los pasos.

Hernán entró sin prestarle atención al suelo. Manchó con el pie derecho: Mi soledad es lo único que tengo y con ella esta deliciosa intimidad. Nada ni nadie parece capaz de entrar en ella o faltarle el respeto…, y luego puso el izquierdo en: Empiezo a quedarme dormida poco a poco, a sumergirme en ésta especie de dimensión en que el silencio se queda más callado y las imágenes se tornan casi transparentes. En ese momento los recuerdos no son más que historias imaginarias y el dolor parece ser solamente un arrullo lento, suave, impalpable. Se sentó, formando con los demás un semicírculo; ella ya había vuelto a su sitio. Hernán tomó la copa que ella había abandonado, le dio un trago y la llenó de nuevo. “El presupuesto es mínimo, no lo entiendo. ¿Qué les molesta del guión?”, pensó.

Casi no quedaba nada en la botella. M empezaba a desesperarse pero quería más vino. Se rascaba la barba y jugaba con su cabello enredándoselo y desenredándoselo de los dedos. “Es tarde. Debería irme. No puedo dejarla sola, pero debería irme ahora. Cómo voy a dejarla sola, es mejor que no se sienta sola, sola, sola; que palabra tan fea, palabra tan sola, sola…” El silencio empezaba a cuajar, a volverse, finalmente, más cómodo. El ambiente era fresco y la presencia de los demás ya le era indiferente a cada uno. Hernán encendió un cigarrillo.

Para cuando llegó la madrugada no había cambiado nada. Excepto que ya había dos botellas de vino vacías, más una recién abierta y que el círculo ya estaba cerrado gracias a Isabel y a Salomón, que acababan de llegar.  Isabel no dejaba de arreglarse la minifalda, que se le subía por estar sentada en el suelo. Salomón aguantaba el equilibrio encuclillado, con los ojos cerrados. Las horas se perdían precipitosamente, la habitación comenzaba a pintarse de violeta. Ella seguía sentada, invadida por el miedo; esa era una de esas noches en que se profundizaba, al extremo de acabar en una especie de explosión cerebral “Si todos desaparecieran, si la materia se les hiciera etérea y el olor invisible… Los recuerdos se irán borrando. Uno a uno, desapareciendo en el vacuo infinito de la memoria. Las sensaciones se pierden, los olores se confunden hasta acabarse. Hacía tanto tiempo que no alzaba la cara, que olvidé el cielo… Las luces no tienen forma. Las notas se hicieron líquidas y efímeras. Pensábamos que todo estaría bien… Creí que saldría bien. Los riesgos se aparecen en el camino, el peligro acecha celoso a la orilla del camino, haciéndose a cada paso más grande, más fuerte. Luego viene la calma, la calma dolorosa del silencio y la soledad. Nunca quise que acabara de esta manera, quién iba a quererlo…”

Seguían bebiendo. Esa era su única tarea. “¿Me quedé atrás? ¿Me dejaron atrás los días? ¿Se me olvidó el lugar y la hora de la cita? ¿Dónde se me cayó el ticket?” Ella se levantó y se dirigió al baño. Nadie volteó a verla. Se miró al espejo, y se vio fea, tosca, vulgar. Cerró los ojos y se tapó la boca. Se le mojó una mejilla. Se colocó un pequeño volcán blanco en el dedo pequeño y aspiró con fuerza. Los ojos se le cerraron al sentir cómo la garganta se le ponía amarga y las fosas nasales se le abrían y enfriaban. Abrió el grifo y dejó las manos debajo del agua un rato, hasta que ésta se calentara y le calentara los huesos. Se mojó la cara. Se la secó con una playera vieja que recogió del suelo. Salió con cautela, como temerosa de que alguien la viera. Se acercó a la ventana escrutando otra gota blanca. “¿Tenía que irme? ¿Cuál es la razón por la que volví? ¿Existía verdaderamente una razón? ¿Acaso es verdad que estoy perdida? ¿Me está burlando el inconsciente? ¿En qué momento exacto te creé y te otorgué el podio? ¿Es éste un circo temporal? ¿Se me va a curar, eventualmente, la ceguera? Debí quedarme más tiempo, debí quedarme. No necesito a nadie, estoy bien, y todo va a estar bien. No me arrepiento de nada. Pero debí quedarme. Para qué regresar. Con el tiempo todo parece ablandarse. El dolor de antaño parece ser un pequeño rasguño, como si los meses de amargo sufrimiento se hubiesen convertido en una vieja picadura. Apenas y logro recordar cómo se sentía llorar con tanta gana. No me torturo, no estoy tratando de exprimirme los recuerdos.” Raspaba la gota con la uña del índice sin detenerse. Isabel volteó al escuchar el rechinido, pero no le prestó atención a lo que hacía. E Isabel: “Oh my God… Qué le voy a decir a M. Tenía ganas de ir, en verdad tenía ganas ir pero… Oh my God”, y se arregló la falda. “Quizá debería empezar a considerar más seriamente lo de la operation, pero por él, o por mí… por mí, no, por él… En verdad tenía ganas de ir.” Se acabó de un sorbo lo que quedaba y colocó la copa sobre la esquina inferior derecha de: Esto no es trabajo, no es rutina ni responsabilidad. No sé qué es realmente… La escritura en un engaño, es un abismo. Luego le limpió, con un pañuelo que sacó del bolso, la mancha de labial carmín que le había impregnado en la orilla.

-No hay más vino-, se escuchó desde la ventana pero nadie oyó. Domingo se esforzaba en vano por leer lo que estaba al lado de su zapato pero las letras se le escapaban. “Tengo que hacer una buena propuesta, tal vez si hacemos un concierto en el nuevo café teatro u ofrecerle a… No, mejor no. ¿Quién podrá prestarme algo de dinero para un video? Sí, lo del vestido blanco en la playa no es mala idea.” Y Salomón: “¿Será posible que se lo hayan hecho por atrás? ¿Quién dice que no? Siendo María, digo, quién sabe. Tanto sinsentido… ¿Y por qué insistimos en ponernos nostálgicos? Ya es tarde ¿Para qué enamorarnos? ¿Para qué conservar limpio ese amor? ¿Acaso sucio no es también bastante rico? Es sólo esa nube, la nube que nos traga, la densa nubosidad que nos penetra el pensamiento. No, pero no soy yo, no fui yo el que dijo eso, no soy yo el que te mira y piensa lo feliz que me harías si no estuviera tan triste.”

Afuera las calles estaban mojadas. Ella seguía ante la ventana, luchando con la minúscula mancha de pintura, y de vez en cuando viendo hacia afuera. No había nadie en la calle. Los postes de luz parecían estar más quietos que de costumbre. El cielo empezaba a tornarse violeta. “¿A qué hora llega la hora en que me quedo dormida? ¿Y si yo te espero, vas a esperarme? ¿Si te olvido vas a recordarme? ¿Acaso me piensan mis viejos amantes estando sobrios? ¿Acaso me importan? ¿Quién dijo que los poemas desesperados que escribí no caducarían? ¿A quién se le ocurrió esa graciosa idea del amor eterno? ¿Quién dijo que era cierto? ¿Qué se creía George Sand? ¿Quién dijo que el tiempo no cura o no embriaga? ¿Existe alguna diferencia entre ambicionar una grandeza y mil pequeñeces? ¿Hace acaso alguna diferencia el hecho de que haya pasado por eso? ¿Y el dolor? ¿Dónde quedó el dolor? ¿Dónde quedaron las cartas con perfume y crayón de labios? ¿Qué pasó con todos esos detallitos? ¿Y los regalos? ¿Y nuestros encuentros casuales en la calle? ¿Y los e-mails a escondidas? ¿Las canciones de Waits? ¿Cuándo los hijos se volvieron productos adquiribles y desechables? ¿Y si no me importa el sufrimiento? ¿Y si no me da hambre? ¿Y si me la aguanto? ¿Y si sólo la ignoro, como a la tristeza hasta que se desaparezca?  ¿Quién dijo que no lo dejaría ir?” Se respiraba ese olor húmedo que cierra un poco los orificios de la nariz pero que no deja de ser agradable. Había cerrado los ojos. Yo quería que fueras hecho de magia. El sueño empezaba a invadirla. Había frío. Se quedó más quieta, tras un suspiro muerto.

Abrió la ventana. Entró una enorme ráfaga de viento que le alborotó el cabello y los papeles se revolvieron por toda la habitación formando remolinos y chocándose con las paredes. Los demás voltearon y cerraron los ojos como por acto de un reflejo cegador, esquivando la poesía. Un rato después todos volvieron a su estado estatuario. Ella cerró la ventana. Vio resbalarse lentamente por la pared y caer como pluma: Yo soy la inmovilidad, soy un pedazo de tiempo hecho espacio, soy sensibilidad, soy una piedra flotando en el vacío. Puedo también ser un grito, nada más que un grito que se esparce, un gesto hecho mueca y un corazón expansivo. Se acercó a ellos. Se sirvió lo último de la botella. Hernán no había dejado de fumar. Ahora había encendido un cigarrillo con olor a incienso. “Escena 1. Exterior. Calle. Día. Varias siluetas aparecen caminando por la calle. Arrastran los pies. Está nublado…”

M se rascaba la cabeza “¿Se va a terminar este ruido? ¿Hay algo detrás de tus palabras? ¿Cuándo vamos a atarnos? ¿Cuándo nos cubriremos por completo de raíces? ¿Cuándo te conocí? ¿Me conoces realmente? Te quiero, preciosa. Te quiero… ¿Y si nos quedamos en silencio? ¿Y si nos cerramos los sentimientos? ¿Son las sombras sólo eso? ¿Estamos contando el tiempo que nos queda? No quiero soltarte, no quiero soltarte. ¿Iremos a tiempos extras? Hoy te pensé en la ducha mientras me tocaba… Fue en tu honor.” Domingo miraba de un lado a otro procurando no chocarse con los ojos de ninguno. “Bach… Por qué no escuchar un rato a Bach. No se da cuenta de nada, no lo siente. Pobrecita”. Isabel miraba como con ansiedad la mano de Domingo. Salomón jugaba con la cinta de su zapato. “…es que para eso tendría que ponerlos a todos con vestido largo o algo así, además de conseguir al enano. No debe ser fácil conseguir a un enano, aunque si es para actuar…”.

Isabel fue a abrir esta vez. Era Víctor, que traía una botella de vodka y un pan negro en una bolsa plástica. Ella se levantó al verlo y le recibió el pan. Se lo llevó a la cocina, dónde lo partió en rodajas y lo colocó en una bandeja acompañado de un trozo de Camembert. Al cortar el pan se cortó un dedo pero detuvo la hemorragia con un trozo de piel de cebolla. Cada uno se sirvió el vodka puro en sus copas de vino. Ella miraba el pan nerviosamente, se le saltaban los ojos, le temblaban las rodillas. Tomó una rodaja, le untó un poco de queso “¡no!”, y lo puso de nuevo en la bandeja. Se alejó mordiéndose las uñas. “¿Florecerá la necesidad? ¿Vas a verme convertida en destino? ¿Te parece gracioso congelarme? ¿Volverán las lágrimas? ¿Se cubrirán de hiedra las paredes de la memoria? ¿Estamos girando en círculos? ¿Tenemos lunas llenas de sobra? ¿Vas a escribirme? ¿Voy a dejar de escribirte? ¿Todavía somos parte del show? ¿Es la música nuestro único consuelo? ¿Acaso seguiremos pensándonos sólo a través de las canciones? ¿Somos la comidilla de los dioses? ¿Somos el descabellado experimento de los ángeles aburridos? ¿Quién nos dijo que sí? ¿Quién va a decirnos que no?”. Volteó hacia la “alfombra” y la escrutó por un momento. De pronto notó que una cucaracha se escurría por entre la poesía tocándola, insultándola, ensuciándola y criticándola con sus patitas peludas. Inmediatamente alcanzó uno de sus zapatos, que yacía en el suelo, y se lo lanzó con fuerza, pero no logró pegarle. Todos se sobresaltaron al oír el golpe, Víctor sonrió: “Fromm lo había dicho: la paradoja de la existencia humana es que el ser humano tiene que buscar al mismo tiempo proximidad e independencia, ser uno con otros, y preservar su irrepetibilidad y especifidad…”, Hernán frunció el ceño, los demás siguieron en lo suyo al verla -“pobrecita”-.  Ella se arrastraba hacia la cucaracha, revolviendo las hojas, lanzándolas hacia arriba, empujándolas hacia los lados, sumergiéndose en ese mar blanco y biodegradable, tratando de descubrir, en medio de todo, a la bestia cometiendo algún un acto comprometedor para observarla y luego darse el placer de acabar con ella. Pero sólo se encontró inesperadamente con: Si te encuentras tráete de vuelta, entonces se dejó caer al suelo vencida, sosteniendo la hoja delante de sus ojos, con los ojos temblorosos; mirándola, nada más mirándola.

Domingo tomó una rodaja de pan y se la metió a la boca, “¿Y Bach?”, y luego dio un trago de ese vodka rosado que contenía su copa de vino. “¿Ambiguedad? ¿Falta de integridad? ¿Contrariedad? ¿Desorden? ¿Entropía? Quizá el ser impulsivo. Nuestra naturaleza de poetas románticos en el actuar del corazón, nuestro pánico a la rutina, esa que nos traga. Nuestro terror a la mediocridad. ¿Acaso no somos también mediocres? Necesitamos un poco de caos. Siempre existe en el fondo ese deseo desenfrenado, e inconsciente, de cierto grado de caos”. Víctor estaba rascándose afanosamente la rodilla cuando Isabel colocó su mano sobre la de él. “Si no me aceptan bueno, si me aceptan salgo corriendo, si me rechazan va a dolerme un poco, es cierto. Pero…” y Víctor: “¿Qué pasa contigo marica mierda?” y se empinó el vodka. Salomón miraba de reojo a Isabel. Hernán no dejaba de fumar, ahora había sacado una pipa de madera. “¿Quién era el de la soledad concurrida?, mientras leía: Yo no tengo soledades concurridas ni miedos de princesa abandonada, no tengo una pizca de paredes gigantescas, ni lunas con leche… Y todos en silencio. Pero ella seguía como piedra, como estatua, escultura; no, más bien piedra, viendo aquél papel que se le había atravesado. “¿Dónde está esa puta cucaracha?” Giró la cabeza de golpe y miró a M con valentía. Posó sus ojos sobre él intentando dispararle con ellos. El rostro de ella parecía temblar, su boca se había contraído: “…y verte allí sentado, callado completo, con los ojos extraviados, tan solo, tan sin mi. Verte allí de esa manera; tan callado como cuando éramos y no eras, eras, eras, ¿eras? No sé si fuiste alguna vez, si sos, si vas a ser, ¿acaso fuimos?”. Finalmente se puso de pie y, arrastrando sus pasos, limpiando el camino, se acercó a él. M la vio, luego de contemplar por un rato sus pies descalzos aproximándose. Y la vio con ese mismo gesto que no parecía el suyo, el de siempre. Ella le sonrió. Y M: “Por favor no me hagas nada, pero rápidamente”. Y ella: “Tengo los ojos tan ausentes, ya no te siento…”, pero M se había congelado, la miraba sin parpadear, “¿Qué diablos querés ahora?” Ella había dejado caer la hoja sobre sus piernas. Él la dejó a un lado sin ponerle atención. Se levantó. Hernán subió la mirada mientras se metía un trozo de pan a la boca y masticaba al ritmo de los pasos de M, que se dirigía a la puerta rápidamente, sin ver más que a la puerta y sin pensar en nada. Ella volvió a sentarse procurando no voltear a verlo. Él salió. –Ni siquiera hizo ruido- dijo ella. Los demás no la oyeron.

Víctor no dejaba de servirse vodka “El amor es como una buena idea en el arte. Dura sólo lo que dura el proceso de creación. Una vez hecha estás satisfecho, la disfrutas un momento, y luego estás listo para guardarla (o venderla) y continuar con algo nuevo. (Creo que ya bebí suficiente)”. Se acabó el pan y un rato después el vodka. Isabel miraba la copa de Víctor. Las migajas que habían quedado en la bandeja eran recogidas por el dedo húmedo de Salomón. “¿Dónde está nuestro público? ¿Qué pasó con la audiencia? ¿No sufrimos lo suficiente, no hemos fracasado lo suficiente? ¿Y acaso el fracasado no necesita del público? ¿No es el fracaso un espectáculo que reclama testigos? ¿Dónde quedó Bach? ¿De dónde Bach? ¿Por qué Bach? Nunca he probado masturbarme con Bach de fondo…” Isabel movía un pie nerviosamente enterrando un lado del tacón en el primer verso de un poema borroso que había dicho: Por tu culpa no duermo y cuando duermo sueño contigo, “Aquí nos tienes, somos tu público, el público perfecto para tus frustraciones y desengaños. Y he aquí el resultado; la lástima, el desprecio, la indiferencia… Si M viera esto… ¡He would love it!”. Y Domingo… Domingo tenía en la cabeza una canción de la que no se acordaba.

Empezaba a asomarse una luz amarillenta. Amanecía tan silenciosamente como había anochecido el día anterior, casi suavemente. Víctor se levantó y caminó hacia la puerta. Antes de salir recogió: Al fin te fuiste, caminaste por tu propio puente; ni siquiera volteaste… Te encontraste kilómetros adelante y te viste con curiosidad. Apenas y te reconociste. Si hubieras vuelto contigo, si tan sólo te hubieras traído. Es tarde, y además estoy cansada. Domingo soltó una sonora carcajada y Salomón se unió a él al instante. Isabel vio a Hernán sorprendida y se sonrieron. Ella no se dio cuenta, ni oyó nada. Todos se levantaron al mismo tiempo y se fueron. “Sólo Romeo y Julieta tuvieron un amor imposible. No es nuestro caso. Superémoslo.” Ella se quedó sentada escuchando los pasos alejándose por las escaleras. «No te me acerques cuando no quiero».

Ya estaba claro, pero hacía frío. Como si el frío se colara por la rendija de la puerta y entre el marco de la ventana. “Las condiciones las pongo yo. Tengo que escribir algo.” Continuó sentada. Quieta. A ratos se rascaba el cuello o estiraba una pierna para que no se le durmiera. “Todo el mundo sabe que no es cierto, que no tengo miedo. No era yo.” Casi al mediodía se puso de pie y se dirigió al baño. Se agarró el cabello con un gancho y se delineó los ojos. Se cambió el suéter celeste por uno anaranjado después en la habitación. Sacó de la parte de abajo del ropero un disco de Bach y unos minutos después empezó a sonar la suite no.1 para cello, en la interpretación de Rostropovich. Se sentó ante la mesa de la cocina, sobre la cual había colocado delicadamente una hoja en blanco y una pluma. Tomó la pluma. La sostuvo un momento, luego la colocó entre sus dientes, la mordió un poco, la cambió de mano un par de veces, jugó con ella un rato y la volvió a poner sobre la mesa.

“¿Y para qué preguntárselo? ¿Para qué seguir dándole vueltas? Que empiece el show… Ahora puede empezar. Ya es hora”. Se aproximó al refrigerador, abrió la puerta, sacó un trasto plástico que contenía un trozo de pollo al curri. Introdujo el trasto en el microondas y presionó el número uno dos veces. “Me estoy volviendo loca, si no enferma. Algo me pasa. No sé. Sé que algo está pasando. Esto no está bien, no estoy bien… ¿Se podrá uno volver enfermo?” Mientras el pollo se calentaba sacó de la alacena una bolsa de pan de rodaja y colocó dos rodajas en la tostadora. Volvió a la mesa y tomó la hoja, la arrugó y la lanzó con violencia contra la pared. La campanilla del horno microondas sonó en ese momento. Su ceño fruncido se elevó hasta las nubes. Se sirvió el pollo y el pan en un plato. Volvió a su silla. “La cosa es aprender a levantarse cada día sabiendo que lo que hago es bueno, que tiene sentido hacerlo. Que lo estoy haciendo bien…” Contempló el plato un par de minutos. Lo empujó un poco hacia atrás. Se paró, sacó de uno de los cajones de atrás un cuchillo y un tenedor. Se sentó de nuevo. Tomó los cubiertos con fuerza, casi con rabia y partió un trozo de pollo. Pero en ese momento se volvió piedra, otra vez. “Tengo el corazón hecho hielo. Como una estalactita que comienza derretirse, que gotea frío, a punto de desprenderse y clavarse en mis entrañas…” Había soltado el tenedor. Las manos le temblaban, los ojos le temblaban, y tenía hambre. Tanta hambre. “No puedo negarlo, sos vos, otra vez vos. Siempre vos… Pero qué importa, qué nos importa, para qué molestarnos. Vas y volvés, confío en que llegará el día en el que definitivamente ya no regresés. Aunque duela.” Volvió a tomar el tenedor. Cerró los ojos, tomó un respiro e introdujo el trozo de pollo en su boca. Empezó a contar lentamente. “Soy una pesimista no resignada.” Sonó el teléfono, escupió el pollo y salió de la cocina corriendo. Al llegar a la sala se resbaló con: Mi soledad posee dos sillas, una mesa, dos copas, un mantel limpio, dos panecillos, un cigarrillo apagado. Tiene también una voz como la tuya y una cama gigantesca que más bien parece desierto. Mi soledad está llena hasta el tope, de sábanas y de almohadas, de pulmones cerrados, de gargantas secas, de invitaciones sin abrir… Trató de levantarse pero se resbaló de nuevo al poner la mano sobre otra hoja. Su barbilla cubría: Te dibujo, pero ya no soy artista. Te escribo; pero ya no puedo sostener la pluma. Mi soledad está cubierta de húmeda poesía, de cartas con rojo, de cafés que se enfrían, de bares con horas interminables, con las mismas canciones de fondo. Ya mi soledad se rebalsa, cubre todo, por fuera y por dentro; dejándote nada de espacio.

El teléfono, que estaba en la habitación, había seguido sonando mientras intentaba ponerse de pie pero cuando llegó hasta él dejó de hacerlo. Levantó el auricular, y se quedó unos segundos escuchando el tono. -¿Quién es?- dijo todavía. Colgó. “Tengo que hacer lo que tengo que hacer. Sé que no vas a entenderlo. Sé que no van a entenderlo. Tengo que hacerlo. ¿Qué más puedo hacer, qué más puedo decir? Es por vos, pero no es tu culpa… ¡Qué hambre!” Se topó de nuevo con la ventana.

II

La noche llegó poco después. Los días se habían convertido en oleadas de circunstancias sin sentido, así parecía por la velocidad aparente que habían tomado las horas. Había estado lloviznando. El aire zumbaba a su paso por las calles. M estaba acostado boca abajo en el colchón de su habitación, acariciando el suelo con los dedos delicadamente. “I did my best, it wasn’t much, I couldn’t feel, so I tried to touch, I’ve told the truth, I didn’t come to fool you…” cantaba un poco, con la voz un poco carrasposa. Luego se quedaba callado escuchando con nostalgia, que incluía suspiros gestos y todo, la canción, la voz profunda de su intérprete retorciéndosele en las entrañas. “And even though it all went wrong…” Había estado leyendo pero las letras habían empezado a burlarse de él con extraños movimientos. Entonces se había desesperado, había lanzado el libro contra la pared y le había puesto play y repeat al disco de siempre. Llevaba un par de horas en la cama. Contemplaba la nada con especial ternura. “Ya está hecho, acabado, concreto… A estas alturas no puede hacerse ya nada al respecto. Es mejor darlo por sentado. Terminado…” Se rascó la cabeza y se restregó la nariz. No sabía nada en ese momento, no quería saber nada. “¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Quién dijo que podíamos jugar éste juego?” Todo está tranquilo. Todo es lento, tan lento, “t-a-n lennnnt-o…” Las manchas del suelo se sumergían en sí mismas y volvían a salir, caían de nuevo y le salpicaban la cara. Y M se sacudía las gotas frías de las mejillas, pero volvían a mojársele. Sonreía al sentir la humedad escurriéndosele hasta cuello y luego continuaba admirando el espectáculo que se creaba ante sus ojos, volviéndose con el paso de las horas más extraordinario. La luz y el aire se hacían parte de ese espectáculo y todo brillaba.

“¿Ahora qué? ¿Cuándo qué? ¿qqqué?… Definitivamente necesito un cigarrillo”, pero se quedó en el colchón, acostado, dando vueltas, levantando un poco las piernas, estirando de cuando en cuado los brazos hacia arriba y hacia los lados. “Qué mierda que has sido”. La música dejaba de escucharse por momentos, cuando más se concentraba en el suelo. Ya lo tenía un poco podrido este tipo de música, pero no podía evitar ponerla, se había acostumbrado a ella, al estado en el que lo ponía, a esas palabras, que ya creía suyas. Ahora movía las manchas con sus dedos, las levantaba y las dejaba caer, jugaba con ellas, podía sentirlas, y caían como pétalos. Lograba tocarlos y sentir su aroma, y tenían un olor como el de… “como el de, como el de…” Un coro angelical y amargo lo despertó más tardé. Miró el techo y jugó un rato con las figuras que formaba su textura mientras intentaba no ponerle atención a la canción.

Se topó con la cajetilla de cigarrillos que estaba en la mesa, del otro lado de la habitación, y posó sus ojos en ella como si intentara atraerla con el poder de la mirada fija. Pero como fue inútil tuvo que arrastrarse hacia ella. Sólo quedaban dos cigarrillos. Sacó uno, luego el encendedor del bolsillo de su pantalón y lo encendió. Retuvo el humo en su organismo hasta que tosió con fuerza y dejó salir una gran bocanada de su boca y su nariz. “Cada vez iré sintiendo menos y recordando más”. “If it be your will that I speak no more, and my voice be still as it was before…” susurró en silencio. Caminaba en círculos. Fumaba, cerraba los ojos, se agachaba y volvía a levantarse. Las figuras de humo se contoneaban exquisitamente. “Jaque Mate. Acabado, finito. Ixkamik. ¿O no? Vos preguntaste. Perdón por tardar tanto en responderte.”

Ella apareció como por arte de magia ante la puerta. Se había quedado de pie observándolo hasta que él se diera cuenta que estaba allí observándolo. M dejó caer el cigarrillo, que ya se había apagado “Let the rivers fill, let the hills rejoice”. Cerró los ojos y, con la cara alzada, movió el cuello hacia los lados mientras un extraño gesto, como de llanto, de enojo, de disgusto, se le dibujaba en el rostro. La música parecía acompañar esos movimientos. “Vos eras las citas llenas de profundas y divertidas conversaciones imaginarias, la literatura, la música, la noche, las mañanas tranquilas… Cada día volvía a ser más joven regresando a días viejos, esmerándome por pasar allí contigo un rato…” Se acercó poco a poco a ella. Se agachó, se lanzó al suelo de rodillas, y se dejó ir contra ella abrazándola de la cintura y enterrando el rostro en su vientre tibio. Ella le alborotó el cabello con los dedos y él deseó no soltarla nunca, no dejarla ir, no liberarla, no perderla. Y ella: “Y lloraba… Sobre la almohada y sobre el cuaderno, sobre las mesas y las copas, sobre los ceniceros y los espejos… Bailaba contigo en los pasillos, en las banquetas, en los taxis, y en las zapaterías…” La soltó y se apartó de golpe “Y te cantaba canciones suaves en los cines, en las galerías y en los bares. Incluso en las discotecas… Luego probé olvidarte. Y no pude… Pero ya no lloro. Ya no tanto, no siempre.” Ella se había sentado en el colchón. Recogió el cigarrillo a medias y lo encendió, pero sacó rápidamente el humo y lo apagó. M se lo arrancó de los dedos y volvió a encenderlo; jaló el humo con ansiedad, “Guardé las conversaciones para las páginas de mi cuaderno exclusivamente, y los bailes para los sueños. Luego le dejé las canciones a la memoria, a modo de soundtrack”. Ella se levantó y apagó la música. Volvió a sentarse y él se levantó a encenderla de nuevo.

“It’s four in the morning, the end of December, I’m writing you now just to see if you’re better…” Alguien llamó a la puerta. Era Domingo; había traído vino. M alcanzó copas y un sacacorchos. Cada uno se sirvió. Ella solamente media copa. “No puedo luchar contra eso, ya no puedo seguir luchando en vano. Estoy exhausta… Cuándo vas a traerte de vuelta. ¿Hasta cuándo?” y de un sorbo se acabó lo que se había servido. Esta vez llenó la copa. “What can I tell you my brother, my killer, what can I possible say? I guess that I mess you, I guess I forgive you…”  Domingo estaba distraído en la música. “Me da miedo, sin embargo, pensar en el día en que regreses contigo” la copa de ella estaba vacía de nuevo. Para M los pétalos del suelo ya cambiaban de colores e inundaban la habitación. “ I’m glad that you stood in my way” Sentía como se iba sumergiendo entre ellos, como le acariciaban el cuerpo, y sentía esa presencia, esa casi compañía, cercanía, la suavidad, “la dulzura de los sueños palpables, la temperatura perfecta de la ausencia rebosante de recuerdos borrosos”.

Hernán se apareció más tarde. No llevaba nada. Entró en silencio, no se escucharon sus pasos, tal vez fue porque los pétalos habían amortiguado. En ese momento la música era un poco más rápida, pero no había dejado de ser melancólica, con ese maldito olor a lágrimas retenidas. Nadie se movía. Ella estaba a punto de empezar a ver los pétalos, pero para entonces sólo lograba ver las manchas tratando de moverse. Intentaba tocarlas pero le era imposible, pues sólo se las imaginaba. Quizá era sólo el efecto del agua arrullándose en sus ojos. “Siempre fui tu puta más fina. Siempre fui la mejor. No puedo seguir soportándolo…”

Hernán, mientras encendía un cigarrillo bastante dañado por haber estado somatando la cajetilla por un buen rato contra su rodilla: “Estúpidos gringos, ¿cómo se les ocurre? Producir algo tan grande, tan caro, tal malo…” y Domingo, con la cara ya casi deformada: “¿Existe alguna diferencia entre estar del lado de uno u otro?”. El ruido que provocó una copa al caerse  interrumpió el circo interno de cada uno. Ella levantó la vista y los vio a todos con cara de no saber nada y levantó la copa con cuidado. Ellos no habían volteado, sólo se habían paralizado otro poco. Alcanzó la botella y volvió a servirse vino. Al instante vació la copa. Se limpió una gota que se le había resbalado por la barbilla con la manga de la blusa. M volteó entonces. “Touch me with your naked hands or touch me with your glove…” y los rostros se alargaron y empezaron a balancearse y a moverse en espiral. Ella miraba fijamente, con la boca entreabierta el suelo, ese suelo tan limpio y tan animado. ”El olvido no existe, existe el orgullo, la nostalgia, el tiempo que lo va poniendo todo un poco nublado…” A M le daba risa. Le daba tanta risa. Los veía y sonreía. Se cubría la boca con la mano de la emoción, como un niño, como espectador de un acto de magia, como quien es testigo de algo extraordinario, absurdo, algo que no imaginó posible. Los ojos empezaron a nublársele. “In my secret life, in my secret life…” Y ahora: “Eso es todo. Este es el final. Magnifique. Lo es todo… Quidamodo omnia est. No puedo negarlo, sos vos, otra vez vos, otra vez, otra vez… Aquí llegamos. No me lassstimmes…” Se restregaba los ojos, la sonrisa se le hacía más grande y le empezaba a desfigurar el rostro. “…But I know what is wrong, and I know what is right…” Ella se levantó y empezó a bailar “…and I’d die for the truth…”, al levantar los brazos la blusa se le levantaba un poco y dejaba ver perfectamente los movimientos de su cintura. Hernán decidió acompañarla. Le tomaba las manos y las levantaba. La miraba a los ojos “como si quisiera tragársela” y M sólo miraba. “Esa mirada era mía, era para mí, parecía que yo la había forjado en tu cara blanca. Ahora el mapa de tus ojos se ha vuelto borroso y confuso, sus caminos no conducen a ninguna parte…” Hernán y ella se contoneaban elegantemente, lentamente, sonreían y luego sus rostros se volvían uno solo, que se difuminaba y alargaba moviéndose de un lado a otro; una masa homogénea de diversos colores que luego se separaba. Y aparecían diamantes o luces que se encendían y apagaban, y los dientes amarillentos de ella y los ojos enormes de Hernán volvían y luego sus rostros otra vez se hacían uno sólo. Seguían bailando, sólo bailando, de puntillas, doblando las rodillas, dando pasos largos pero excesivamente lentos y después estirando las piernas hasta que se les hacían hilos, entre los que se enredaban y desenredaban después. Suddenly the night has grown colder. The god of love preparing to depart…” M se reía, solo se reía.

Una de sus carcajadas hizo que los demás abandonaran sus copas y su silencio. Aunque en verdad no se movieron ni dijeron nada, en ningún momento, desde que habían llegado. ”Upheld by the simplicities of pleasure, they gain the Light, the formlessly entwine…” Ella seguía viendo al suelo, Domingo llevaba más de media hora jugando con la cinta de su zapato y Hernán daba pequeños sorbos de vino “Constantine Cavafy… quizá lo entendió mejor”.

La madrugada se aproximaba, el tedio interior se había convertido en exterior. Isabel apareció toda mojada, más sola que nunca, con cara de muerta; el rimel todo corrido y el crayón de labios por un lado. Entró y se sentó rápidamente, al agacharse se le terminó de romper la media. Sacó su pañuelo del pequeño bolso de charol y se limpió un poco la cara. Entonces se dio cuenta que ya traía las lágrimas hasta el cuello. Guardó el pañuelo tras doblarlo meticulosamente. “Even though she sleeps upon your satin, even though she wakes you with a kiss. Do not say the moment was imagined. Do not stoop to strategies like this…” “Yo estoy enamorado de tu amor… No entendiste. Pero nunca entendiste nada. Me convertí mil veces por vos, pero no entendiste, no te diste cuenta, M… ¡fuck you! ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué ahora?”. M fue a la cocina y volvió con un vaso plástico. Lo colocó en el suelo, frente a Isabel, que al instante lo tomó, lo llenó de vino y se lo empinó. “As someone long prepared for the occasion; in full command of every plan you wrecked. Do not choose a coward’s explanation that hides behind the cause and the effect.” Ella se restregaba los ojos, hacía rato que se sentía cansada. “Te doy permiso de salir definitivamente de mí… ¿Estás oyendo mi corazón palpitar cada vez más rápido? ¿Estás oyendo cómo está de roto? ¿Acaso no hemos superado las pruebas? ¿Acaso no tuvimos suficiente? ¿No somos los amantes perfectos? ¿No éramos nosotros los que cantábamos en los parqueos subterráneos éstas mismas canciones? ¿Los que nos quedábamos en silencio esperándo la madrugada? ¿Acaso no encajamos como nadie? ¿No se supone que…”. M volvió a levantarse. Somató la puerta del baño al entrar. Salió. A ella empezaban a cerrársele los ojos “A veces necesito dormir para saber que estoy despierta”. M se sentó a su lado y le acarició la rodilla. Ella se levantó y salió corriendo de allí lanzando la puerta.  

Isabel se mordía las uñas y cerraba los ojos apretándolos. “Pensé que no pasaría. Pensé que no podría pasarnos. No a nosotros. Lo ignoraba, lo negaba, me escapaba de la idea de que nosotros pudríamos llegar a enfermarnos, infectarnos… ¿Cómo pudiste dejarme construir esa maldita, estúpida, absurda, pared de sueños?”. No podía contenerse, no podía evitar hacer gestos, pero no hacía ruido. Como si le hubiesen arrancado la habilidad de producir ruido alguno, a pesar de que moqueaba y suspiraba. Domingo se había dado cuenta pero optó por no hacerle caso “Dejáme regresar. Tengo que buscarte y encontrarte. Pero ¿cómo encontrarte si no sé cómo buscarte?… Esa podría ser una buena línea para una canción ¿Dónde la apunto?”. En los ojos de Hernán se había dibujado un paredón color tango. Apretaba las quijadas, fruncía el ceño. “¿Es la música el único consuelo? ¿Es éste el único verdadero abrazo? ¿Por qué no nos damos cuenta de nada? ¿Por qué no nos levantamos y partimos juntos?”. El vino se había terminado.

Ella bajaba las escaleras de prisa “Tan sola que no podría explicarlo. Tan sola y es tan tarde, demasiado tarde para nada, para hacer algo. Si me voy no vuelvo, si me largo no regreso. Lo mismo él, supongo, lo mismo él. Que asco de escaleras… Estoy tan sola, tan sola, tan sola.” Ya estaba en la calle, empezaba a llover de nuevo. El agua caía fría y dolorosa, “fría y dolorosa”. Caminó y caminó como huyendo, como escondiéndose de su sombra, de su rastro. “Atravesando igual el tiempo, huyendo de la misma manera que…” Se tropezó y cayó. Se quedó en el suelo tendida y mojada. Después de un momento se levantó y caminó de vuelta a casa bajo una lluvia torrencial. Los ojos le llovían también. “Se me agotan las estrategias para invocarte”. Al llegar subió las escaleras lentamente. La ropa le pesaba, le pesaba el estómago vacío y el corazón desolado. El pelo le escurría helado. Al entrar se dirigió a la cocina.

“And you who were bewildered by a meaning; whose code was broken, crucifix uncrossed…” «¿Recuerdas esa fila que espera en la estación? Te dije que yo era uno de ellos.” M estaba cansado. Tenía sueño. Domingo y Hernán se habían ido sin que él los viera. Isabel seguía allí. «Esta vez la necesito. ¡Mierda!”. -Give me some…-, dijo en voz baja. M subió la mirada y dejó los ojos fijos en los de Isabel, que se hizo un poco más para atrás estremecida. Él se acostó en el colchón y se congeló viendo el techo; no volvió a moverse. Isabel se quitó los zapatos y se acercó con cuidado. “¿Cuánto tiempo vamos a durar? ¿Cuándo terminaremos de apagarnos?” Se acostó al lado de M. “Say goodbye to Alexandra leaving, then say goodbye to Alexandra lost…” Lo abrazó, y recostó su cabeza en su hombro «Me duele la muerte. Me duele en el llanto, en la voz y en los ojos. Me duele la muerte. Profundo dolor en el pecho, en los dedos de las manos, en los labios. Me duele como a Lorca, como a la arena la sangre, como al viento cuando es cenizo. En un abrazo mío, desde lejos, de doy éste dolor, para arrancártelo».

Al amanecer M se levantó y apagó la música. Isabel abrió los ojos de golpe, asustada, con esa sensación de miedo y frío que te entra al darte cuenta que todavía estás allí, y que no, no fue un sueño. Miró para todas partes buscando a M pero él ya había salido de allí. Le dolía la cabeza como nunca. Estiró los brazos y giró hacia atrás los hombros un par de veces. Se hizo un nudo el cabello, alcanzó sus zapatos y salió limpiándose el maquillaje viejo con el pañuelo.

III

Ella corría por las calles. Corría furiosa, gritando como loca, como enferma, con el rostro todo cubierto de lágrimas que más bien parecían chorros. Los pies ya le dolían, sentía como que si se le estaban cayendo las uñas y desprendiéndosele los dedos. Le dolían ya hasta los dientes, y las orejas, y los anteojos. Todavía llevaba la ropa mojada y transparente. Bajaba la velocidad a ratos, caminaba, mecánicamente, sólo caminaba y caminaba; un paso gigante, y otro, uno tras otro, y el recorrido seguía siendo infinito, eterno, se seguía alargando, se hacía tan largo, y a la vez tan desolado, inhóspito. No podía detenerse, sencillamente no podía detenerse, no lo haría. Quizá porque no tenía idea a dónde iba. «¿Qué vamos a hacer, M, para olvidarnos?» Y cada paso en su distinto espacio-tiempo, en el vacío, en la nada, en la falta de pensamientos, en la insuficiencia, en la escasez de poesía, en la sequía por falta de letras con sentido lógico, “en la desesperación absoluta por tenerlo y no tenerlo, por buscarlo y no querer encontrarlo, por desear que vuelva deseándolo más cada día, que no deja de ser una y otra vez lo  mismo, siempre lo mismo, tan idéntico; tan lo mismo, sabiendo que no lo necesito.” Las rodillas las tenía raspadas y la sangre se le escurría hasta los pies. “No, no, no, ya no puedo, ya no, no puedo continuar, ya no puedo ser esto, ya no, simplemente no… Y no dejo de pensar absurdos, y no dejo de escribir incoherencias, y no dejo amar ausencias, y no dejo de extrañar carencias, y no dejo de, y no dejo de… y no, y no, no…”. Y gritó otra vez y volvió a hacerlo. El cuerpo completo le temblaba. La espalda se le iba haciendo más pesada y los huesos más punzantes. La ansiedad, la rabia, la sensación de impotencia mezclada con una profunda tristeza. Se topó con Isabel justo cuando salía del edificio de M. La vio y le dijo perra. Siguió corriendo. Corriendo, sólo corriendo. “No es mi culpa”.

Las bocinas de los autos interrumpían por momentos su concentración en nada; entonces sólo bajaba un poco la velocidad, veía a sus conductores con seriedad y seguía… Las vitrinas la miraban con ojos burlones, la gente la ignoraba. M pasó por allí en su auto blanco y la vio. Quería seguirla. Pero no lo haría. “Ojala pudieras convertirte en novela de ficción, en un ser absurdo que desaparece, en un cuadro sin terminar al que se le borra el pigmento.” Pero M sólo la vio, y la vio disgustado, extrañado, y la vio bella, borrosa, con colores alrededor, bailando, contoneándose, con pétalos de flores de colores en el cabello y un extraño brillo interno que le hacía relucir las alas. Luego desapareció por la otra calle, detrás de los autos y de la gente. “Quisiera que fueras un rostro misterioso en la sombra, un pliegue en la cortina produciendo una silueta, un hechizo efímero. Que la noche te llevara, que el tiempo te consumiera velozmente.” Aún quedaban algunos charcos. Disfrutaba mojar sus pies descalzos en el agua vieja y luego seguir corriendo. “Antes todo era tan sencillo. He empezado a odiarme a mí misma. La manera en que me comporto, mi aspecto, el tono de mi voz en mis pensamientos. ¿Dónde estás?”. Se detuvo de pronto en una esquina, vio hacia atrás. Caminó de regreso.

Los días se fueron, y los meses. En el apartamento de ella la alfombra seguía siendo de papel. Al entrar dejó una huella negra sobre: Hay ratos en los que desearía que te desaparecieras. Caminó hacia su habitación. Las horas titiritaban y se caían ante sus pies en pequeños trozos. Se cambió la ropa. Se peinó. Se delineó los ojos. Se quedó largo rato frente al espejo parpadeando, sonriendo un poco de lado, poniéndose el pelo de distintas maneras. Se mordía con fuerza los labios. Le temblaba la rodilla derecha. Se volteó las pestañas, les puso rimel. Bostezó con fuerza. Salió un rato después y más tarde raspaba con la uña la ventana con pasión inútil, casi con entusiasmo. “No estoy llorando. Es sólo que los ojos se me malacostumbraron…”

No tengo idea de dónde estas ahora mismo, lo que estas haciendo, o pensando. Me gustaría transportarme, teletransportarme, desdoblarme, volverme un fantasma volador mecanizado que pueda llegar a vos sin que vos ni nadie se dé cuenta. Y verte. Sólo verte de lejos y pensar lo que estás pensando, y sentir lo que estás sintiendo. No tengo nada nuevo que contarte. Me gustaría tener toda una historia detrás de mí sólo para contártela. Así que sólo te escribo. Me gusta escribirte, qué sé yo. Estás bien ¿verdad? ¿Vamos a regresar un día para reparar las bicicletas? Hay veces que la sonrisa se me baja un poco, porque en ese instante te cruzas en mi cabeza. Y no es que me quites la felicidad, más bien es que siento que mi felicidad está por momentos fuera de contexto. Pero cuál es tu contexto, o nuestro contexto. ¿Acaso tenemos uno fuera de los sueños y los recuerdos borrosos? Camina, camina, camina. No te detienes. Has comido demasiado. La comida árabe te gusta. La primavera está allí. El invierno, sin embargo, parece insistir en quedarse adentro. No es justo. Se va a pasar. Vas a salir corriendo. O cantando. La vida es extraña. Es injusta. No es posible que sea tan corta. Entonces es la muerte la injusta, la absurda. Demasiado absurda para que sea cierto. Demasiado sin sentido para que sea sólo eso. Necesitamos tiempo. Las calles están desiertas. Tenés frío. Y yo me teletransporto. Te doy un abrazo fuerte. Te estrecho y por un segundo sentís que no hay tanto frío. Y no querés soltarme. Bach estaba tocando de nuevo. El suelo del apartamento lucía más desordenado, pero los papeles ya eran parte de él. Se alejó de la ventana. Volvió a su habitación, sacó una bola de algodón de un frasco de vidrio y lo mojó con acetona. Caminó hacia la ventana. Limpió las gotas de pintura en un par de segundos. No regresará nunca… Nuestro amor esta muerto, tan muerto, y aún duele, a ratos duele. Nos lamentamos cada uno en su soledad, en silencio. A veces ambos lamentos, estoy segura, suceden en el mismo momento. Pero un suspiro silencioso se los lleva, impidiéndoles siquiera acercarse. Lo sabemos. No volverá. El tiempo se encargara del olvido.

En la cocina, sacó del refrigerador un doble litro de gaseosa, ya sin gas, y se la empinó, terminándosela de una sola vez. Luego sacó el pan y unas rodajas de queso cheddar. Para cuando la campanilla del horno microondas sonó, ya se sentía el olor a queso derretido por todo el apartamento. Se comió el sándwich contando las veces que masticaba al principio, pero finalmente lo devoró completo. ¡No! Se preparó otro sándwich igual. Después de haber permanecido toda tarde imitando a una estatua en el centro de la cocina, salió, dirigiéndose a la mesita del teléfono. Era Salomón. Isabel se había apagado hacía un momento.

IV

En el Bar todo está oscuro. Demasiado oscuro. Las velas verdes de las mesas apenas iluminan el lugar. Los rostros se ven como borrosos. Como si no fuesen verdaderos. Ella está sentada en la barra. Frente a ella yace un cigarrillo a medias, apagado, entre un cenicero lleno de colillas viejas, con un fuerte olor a colillas viejas. Mira el vaso que sostiene entre los dedos, como contemplándolo, sintiendo el frío y la humedad de los hielos que, gastados, flotan en la bebida. Nada extraordinario. El Bar de siempre; la gente de siempre. La gente que sólo mira y secretea, la gente que se queda callada y adopta comportamientos ajenos. Los escritores de cafetería al fondo. “Jamais avant je n’ai vu les etoiles comme ça” Ella está sola y no sabe qué pensar. En qué pensar. La canción que se suena a lo lejos no la ha dejado tranquila. En qué pensar… Cómo pensarlo. El humo de innumerables cigarrillos flota encima. La nube es densa, los ojos se irritan, la nariz empieza a correr, el olor se impregna en la ropa, en el pelo, en la piel. Le cierra la garganta y la obliga a restregarse la cara a cada instante. Hace días que no trae el cuaderno. Huele a final, esa sensación de que todo se está deshaciendo, de que todo empieza a perderse dentro de sí mismo, devorándose completo… La gente se pone transparente. Coloca el vaso en la barra. Lo toma de nuevo. Lo ve, lo escudriña. Lo mueve un poco en círculos, como si necesitara mezclarlo. El sonido de los hielos ya casi acabados al toparse con el vidrio del vaso parece hipnotizarla. “Te imagino caminando en esas calles desérticas gigantescas como en escenas rápidas y entrecortadas, la imagen es granulosa y opaca. Los autos pasan y vos estás atrás como perdido, viendo hacia todas partes. El soundtrack es una melodía medio nostálgica en piano y acordeón. Pero no es lenta. Vos tenés la barba y el pelo crecidos. El viento te tiene despeinado. Te ves más flaco. Cerrás los ojos, levantás la cara. Sentís que el calor se convierte en brisa, sonreís. Por un momento te sentiste etéreo. Te dio la impresión de ser transparente y te hizo gracia pensar en tu repentina desaparición. A pesar de todo, esa eteriedad te hizo mas sensible y empezaste a escuchar las voces de todos los transeúntes y los automovilistas. Incluso oíste la barredora que pasaba en la otra cuadra y las copas chocándose en el café de la esquina. Al rato empezaste a oír este soundtrack. Y no querías que terminara. Deseabas quedarte así, allí, para siempre. Pero Para Siempre no existe, Para Siempre se acabó en los libros del Siglo XIX; se lo gastaron, lo partieron en pedacitos y se lo comieron completo. Entonces sólo te queda tomar un respiro profundo. Seguir caminando, tratando inútilmente de obviar el olor a fritura y el vapor que exhala el pavimento. Sabés que no va a durar para siempre -Para Siempre no existe-. Y entonces estás contento, al menos tranquilo de saber que no era cierto, que no es una rutina y que a pesar de todo, cualquier día, un día cualquiera, en cualquier parte, podés pararte y dar un sorbo de eteriedad.”

No lo sabe, pero M está de pie en la entrada mirándola. Ella ya no piensa, no escribe nada en su cabeza, tiene la cara en blanco y todo adentro. Sólo mira en silencio los objetos que tiene enfrente. Su respiración es lenta. Sus palpitaciones entrecortadas. Conforme han pasado los meses se le han ido profundizando las ojeras y los escalofríos. Voltea un poco hacia la derecha y distingue la sombra de M, que se escurre por la entrada. Pero piensa que, otra vez, sólo se la imagina.


2002

(Editado en 2006)

Imagen: KATARINA FRITSCH

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s