JE M’ENNUIE DE TOI

Tengo el alma como tusa vieja. Y si no me alejo, peor. Tarde. Noche. Azul violeta. La calle está mojada, no tan mojada, un poco húmeda. Me enoja pensarlo. Saber que no soy la única. Aire rápido. Helado. Las pinturas están todas tan raspadas. Da pena verlas, pena haber permitido que llegaran a ese estado. La cortina se mueve. No pasa nada. Nada extraordinario. Las paredes nunca habían estado tan grandes y calladas. Como si nadie más conociera algo parecido, como si nadie fuera capaz de descubrirlo. Soy un susurro en el viento. Una chispa en medio del fuego. Da miedo el conocimiento y angustia la convicción. El reflejo está quieto. El verano parece invierno eterno. Esto no está pasando. La boca cerrada, los ojos cerrados, los oídos ausentes. Es sólo que hoy no quiero levantarme, sólo que no quiero saber nada nuevo, nada distinto, nada más.

Bebé se quedó dormido antes de anochecer. Para mí dormir no funciona; descansar para qué, de qué… Quién soy. Qué es lo que verdaderamente soy, para quién soy. Su sueño no se siente, su respiración parece no escucharse. Despertará más tarde. Quizá más tarde. De todas maneras estoy cansada, no me acercaré. Fue un buen cuadro, una obra de arte, una renovación. Qué fácil se le fue cayendo la pintura. Él sueña. Sé que sueña porque parece hacer gestos mientras duerme, quizá un asunto hegeliano que no lo abandona. Qué fácil se me cayó de las manos y del rostro la pintura. Bebé suele sonreír cuando llueve. Le pido que no deje de hacerlo pero como que no me entiende. No me entiende. Es hasta agradable pensar en ser la única. La primera y la última. Ser incomprensible, inconmensurable, inconmovible. Su llanto no parece llanto. Parece que ríe, que grita de felicidad, que no sabe nada de llanto, que no lo conoce. Las lágrimas no parecen serlo tampoco, parece llovizna, no, más bien brisa. Abre los ojos. La cuna tiembla. La alfombra toda tiembla, se hace agua, río. Se mece a sí mismo con su llanto, con sus movimientos. Abro la caja de música. Un pequeño paso hacia delante, una mirada. Deja de llorar. Y todo se detiene. Piel suave. Manos diminutas…

Tengo los ojos abiertos y me duelen. Me acaricio el rostro con las puntas de los dedos. Todo desaparece. Los sonidos se han hecho nada y las imágenes igual. Bebé no tiene dientes todavía pero parece que canta y se expresa perfectamente. Me voy. De las escaleras a la sala, de la sala a la cocina, de la cocina al balcón y del balcón al lado de la cuna. Bebé está allí pero a veces todavía lo siento adentro. La noche está más oscura. Me mira, extiende los brazos; lo saco de la cuna. Lo acerco más y más a mí, lo aprieto contra mi pecho. Las sábanas están frías. La almohada dura. Lo abrazo más. Lo arrullo. Vuelve a dormirse. Más tarde me duermo yo también. La noche se llena de sueños, de todo tipo de sueños, de imágenes absurdas y brillantes. Despierto. Lo miro. Sería tan bello.

Bebé es de plástico. No despierta. Y pensar que no sólo soy yo. Que no fui la primera. La cueva era demasiado profunda y me perdí en ella. Pobre la obra de arte, tan abandonada, tan perdida, tan falta para siempre de subjetividad. Ese era, quizá, su destino. Es en el destino más que en el objeto donde existe la obra. Bebé no tiene destino tampoco. Tan frío, tan duro, tan inmóvil. La noche se pasa. El azul se torna rosa y progresivamente va adquiriendo un tono amarillento. Las sábanas pesan. El viento se seca de improvisto.


2002

Imagen: Alex Maclean

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s