La pluma avanza,
se desliza sobre el papel como una balsa.
Dibuja sensaciones, se deja utilizar,
se prostituye.
Duele la precisión con la que logra detenerse.
Lastima la fuerza con la que recoge
las lágrimas que caen en su camino.
Cierro los ojos y ella continúa, sigue su recorrido.
Plasma mi interior y los mezcla con el suyo,
Lo cubre todo, apoderándose del espacio.
No obedece;
no calla nada, no esconde nada,
no deja que nada se quede en el aire.
Se traga los suspiros, absorbe la música,
arrastra la melancolía y restriega las sonrisas.
La pluma ansía ser eterna –escribe, sencillamente-.
Intenta mantenerme aquí, lucha y me convence.
Es la única que logra apegarse a mí
y no puedo dejarla, a pesar de todo.
Día a día grita mi desesperación,
me la devuelve, me la señala.
No va a detenerse, sólo hace su trabajo.
Se desliza con suavidad…
Me lleva, me trae de vuelta,
me empuja, me levanta.
No me deja sola;
se desangra por mí,
saca todo su interior oscuro a la luz,
lo da todo, me lo entrega todo, y yo a ella.
Me salva, me consuela, me resucita,
y también me crucifica.
Navega entre la blancura llenándola de belleza,
volviéndola poesía.
Su delicadeza en sublime, su suavidad innecesaria,
Es indestructible.
Aunque una noche, atropellada por su destino
de simple pluma desechable,
se seca, y cae.
Se pierde entre incontables tubos plásticos
de su misma talla.
2000
Imagen: Catastroerg