Estoy sentada frente a una hoja en blanco
y no sé qué hacer con ella.
No sé si deba matarla de un solo golpe,
hacerla desaparecer.
Quizás deba tomarla,
acariciarla, darle todo mi amor,
cubrirla de ternura infantil.
Tal vez deba llenarla de recuerdos
o de lágrimas,
o de tinta azul un poco desordenadamente…
Me confunde su blancura cegadora,
me pone nerviosa la soledad con la que se presenta
y el instante en el que se atrevió a hacerlo.
Afuera todo está tranquilo
a mi alrededor también,
incluso dentro de mí…
pero la hoja no,
la hoja parece moverse desesperada,
parece estar incómoda, parece querer decirme algo.
Sin embargo, se mantiene callada.
Me acerco a ella
y la sujeto entre mis dedos
antes de que pueda hacer nada para escaparse.
La miro fijamente, la sostengo justo delante de mis ojos
y la acerco de a poco a mi rostro –la huelo–.
No sé qué hacer con ella.
Quizás lo más apropiado sea aniquilarla,
y aún así, no lo hago,
me hundo.
Miles de preguntas
se me vienen encima de improvisto.
Coloco la hoja cuidadosamente sobre la mesa.
La extiendo bien,
le deshago las pequeñas arrugas que se le habían formado
al contacto de mis dedos.
Parece verme amenazante.
Parece que espera a haga algo con ella,
a que la salve o a que la tire por la ventana.
Sin pensarlo más, tomo una pluma,
la lleno de insultos, la mancho toda.
Y enseguida me suelto a llorar,
se ensucia más, se empira a poner transparente.
En ese momento siento sus brazos a mi alrededor,
aplastándome,
siento sus manos tocándome todo el cuerpo
como si intentara arrancarme los brazos,
las piernas, los pechos.
También me muerde los labios hasta romperlos.
Yo sigo llorando,
y grito, y me ahogo, toso,
me restriego la cara con fuerza.
La hoja está deshecha en el suelo.
Su olor se hizo aire y su sabor está en mi sangre.
Unas horas más tarde el viento empuja a la hoja,
y esta se escurre por debajo de la puerta.
Me quedo adentro. Llamándo.
Dejó de tocarme,
no me abraza más.
no me siguió besando.
Busco otra hoja,
me cuesta hallar una entre tanta lágrima…
La coloco sobre la mesa.
2001
Imagen: BART MICHIELS