EL LIBRO

El libro está sobre la mesa. Es grueso. Está manchado y roto. Tiene algunos agujeros.

No me atrevo a abrirlo. No es que me dé miedo lo que pueda leer; me da miedo lo que no pueda leer. Quisiera abrirlo…

No me atrevo.

Él lo escribió. Lo escribió hace demasiado tiempo. Está en otro idioma. Tardaré leyéndolo y traduciendo palabras que no entiendo. Su corazón era como de frágil cristal; apenas si lo tocaban, se rajaba o se rompía…

No sé qué habrá escrito. No sé cuántas cosas dejó caer en esas páginas ya amarillentas. No sé si leerlo. Una conciencia horrible y su espectro marchan en mi camino ahora. Veo su imagen frente a mí; sólo su silueta. No imagino cómo era.

No lo conocí. Hace mucho vi una fotografía pero no lo recuerdo. Estaba sentado en una silla mecedora y atrás se veía un jardín. Pero no recuerdo su rostro. No lo recuerdo y no sé si leer sus recuerdos. Este libro… No, no sé si leerlo. Me hablaron de él hace mucho. Recuerdo cómo era su carácter pero nada más. No sé nada más. Y su libro, no sé si leerlo. Su historia me da una curiosidad inmensa y me inquieta pero, no sé si leerlo. No me da miedo ahora pero, no sé si leerlo. Vino de otro país. Vino hace mucho y se quedó aquí. No sé más. Todo está en su libro; ese libro. No sé si leerlo. Un denso tormento me rodea. Todo es absurdo; nada es más absurdo que la realidad…

Tomo el libro. Está cubierto de polvo. Lo soplo. El polvo cae en la alfombra.

El exterior está manchado. Mis manos lo están también ahora.

No me atrevo a abrirlo. Está en la mesa, de nuevo. Lo escruto. Pienso. Me pregunto qué dirá pero no sé si leerlo.

Lo tomo de nuevo. Lo abro. Su letra es perfecta. Las hojas amarillas están a punto de soltarse y caerse. Cambio de página cuidadosamente pero no lo leo. Hay una flor en medio. Una flor seca. Es pequeña y no tiene tallo. La tomo y se deshace en mis manos como si fuera de arena. Cae en la alfombra. Siento ganas de llorar por ella. No lo hago. La veo. Veo sus pequeñas partes en la alfombra.

Sigo hojeando el libro. Su letra va cambiando. Ahora está de distinto tamaño y torcida. No sé si leerlo.

Era alto. Sí; ahora recuerdo que era alto. Pienso en aquella fotografía pero su rostro no lo recuerdo. Estaba en blanco y negro. Era un retrato de forma ovalada. Tenía un marco de cartón que algún día había sido blanco o crema. Estaba manchado por el tiempo y la humedad.

El libro sigue allí. No lo veo. Pienso. Pienso en él y en su libro. Quisiera saber lo que escribió; lo que vivió. Pero no sé si leerlo.

Ahora lo tomo de nuevo. Paso rápida pero cuidadosamente cada una de sus hojas para ver si hay otra flor. El retazo de un pañuelo manchado aparece de pronto. No sé si está manchado por el tiempo. Creo que no. Parece que está manchado de sangre. No lo tomo. Siento que la mancha me aterra. Tal vez diga algo acerca de ello pero no sé si leerlo.

Quizá tuvo una inmensa casa en un pueblo, con piano y todo; grandes salones y columnas gruesas de madera. Es posible. Era muy rico.

Creo que tenía bigote; ahora recuerdo. No estoy segura. No me atrevo a afirmarlo. Su libro tiene muchas páginas. Cuando murió debió haber sido ya un anciano encorvado. No sé. No me atrevo a afirmarlo.

Me contaron que su carácter era fuerte. No lo sé. Su imagen sublime me obsesiona. Recuerdo el pañuelo. Sólo lo recuerdo. No sé qué pensar. Llego a la inexorable convicción de que era sangre. Sí. ¿De quién habrá sido el pañuelo? ¿De un guerrero al que hirió en una batalla? No. Eso suena demasiado estúpido. Aunque todo el mundo desea un abuelo que haya luchado en batallas…

El pañuelo debió haber sido blanco o gris. No sé.

Él no se casó. Vivió con una indígena en un pueblo. Sí; ahora recuerdo. De su casa no sé. Pudo haber sido un palacio. Es posible. No me atrevo a afirmarlo.

Ahora lo quiero. Siento un gran aprecio y cariño hacia él y no lo conocí, ni su vida, que está en este libro pero, no sé si leerlo.

Lo abro y lo dejo abierto sobre la mesa. Un fuerte viento mueve sus hojas. Arranca algunas; se las lleva con él. Las veo irse. Las veo alejarse sin saber lo que decían. Me levanto y las alcanzo. Las levanto del suelo. Vuelvo al lado de la mesa. Estoy dispuesta a leerlo. ¡Ya no está! ¿Dónde está? ¿Dónde está mi libro? ¡Alguien se lo ha llevado! Alguien se lo ha llevado…

Lo verá.

Y no sabrá si leerlo…

 

1998

*Imagen: «Mundo invisible» René Magritte

 

 

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